El Teniente David Cheap se paseaba impaciente y nervioso por la cubierta, ansiando hacerse a la mar. Pero su barco, el Centurion, estaba anclado en Portsmouth presa de interminables preparativos. Era enero de 1740 y el Imperio Británico se estaba movilizando para la guerra con España. El Capitán bajo el que Cheap servía en el Centurion, George Anson, había sido nombrado comandante de una escuadra de cinco navíos.

Anson era un hombre reservado y de pocas palabras. Pero era un excelente marinero y de una frialdad absoluta en combate, además de tener en muy alta estima la sinceridad y el honor. Cheap igualmente se había pasado la mayor parte de su vida en el mar, un destino que no esperaba pero al que se había visto abocado al morir su padre cuando él era pequeño y heredar prácticamente todo su hermano mayor.

La guerra para la que Anson y Cheap se estaban preparando se había iniciado con un incidente absurdo pero muy humillante. En 1738 los españoles habían abordado en el Caribe un mercante británico y tras acusar al capitán, Robert Jenkins, de ser un contrabandista, le habían cortado una oreja. Meses después Jenkins se presentó en el Parlamento británico para exponer su caso y los ánimos se encendieron pronto. Se clamó venganza y la guerra acabaría siendo conocida como la Guerra de la Oreja de Jenkins.

El plan principal de la guerra tenía como objetivo atacar Cartagena de Indias con una enorme flota de 186 barcos. Pero a su vez se hicieron planes para una operación mucho más pequeña y discreta, la encomendada a la escuadra de Anson. Con cinco barcos de guerra y un barco de exploración, Anson tenía como objetivo viajar hasta la costa española del Pacífico para “tomar, hundir, quemar o destruir” cualquier barco español en la zona y sobre todo interceptar el Galeón de Filipinas en su viaje de México a Filipinas, cuando iba cargado de plata para adquirir bienes en Asia. Era un auténtico acto de piratería y por tanto el secreto y la discreción serían imprescindibles.
La guerra se había declarado en octubre de 1739 pero las semanas fueron pasando y la escuadra de Anson no partía. Eran necesarias numerosas reparaciones y preparativos antes de poder salir a la mar. Tras la inspección, Cheap sabía que el Centurion tenía parte de la quilla comida por gusanos y una enorme cavidad en el palo de proa. Los otros cuatro navíos tenían problemas similares, así que no había más remedio que resignarse a esperar las reparaciones.
Aún faltaba además que otro barco se uniera a la escuadra. A ochenta millas de Portsmouth, en Deptford, se encontraba la última adquisición de la Royal Navy, el Wager, un antiguo mercante. Estaba previsto que formara parte también de la escuadra de Anson, pero necesitaba numerosas modificaciones para convertirse en un buque de guerra. Como capitán se había nombrado a Dandy Kidd, al parecer descendiente del famoso bucanero. Los trabajos en el Wager fueron rápidos pero justo cuando se acabaron pasó algo inusual: el Támesis se congeló, atrapando al Wager durante dos meses.
En mayo el Wager por fin partía de Deptford, convertido ya según la clasificación de la Royal Navy en un “clase 6”, la categoría más baja, de veintiocho cañones.
En julio de 1740 los barcos ya estaban listos. Si partían en breve, Cheap confiaba en que llegarían a tiempo de evitar cruzar el Cabo de Hornos en el invierno austral. Pero aún faltaba completar la tripulación, que requería una cantidad extra de hombres para poder atacar y capturar barcos, y apenas había nadie disponible. La flota que atacaría Cartagena se había llevado el grueso de los voluntarios. Y para complicar más las cosas, un brote de tifus obligó a enviar parte de la tripulación a un hospital en tierra. La Royal Navy decidió así recurrir a forzar a hombres a servir, algo que a todos los efectos era un secuestro. Bandas de hombres armados iban recorriendo los puertos en busca de marineros recién desembarcados. Si encontraban a alguno que no tuviera en ese momento un barco asignado, inmediatamente lo detenían y lo alistaban. Se llegaba incluso al punto de abordar mercantes entrando en puerto para llevarse a marineros, hombres que quizás llevaban años en el mar sin ver a sus familias y eran así obligados a reembarcarse sin ni tocar tierra.
La escuadra de Anson recibió así a decenas de marineros forzosos, que no dudaron en darse a la fuga si surgía la ocasión. Treinta hombres desertaron de uno de los barcos, el Severn, y Anson se vio obligado a anclar lo suficientemente lejos de Portsmouth para hacer inviable huir a nado.
Como era de esperar, la calidad de estos marineros era pésima. Muchas localidades aprovechaban estos reclutamientos para deshacerse de sus indeseables. Otros eran hombres enfermos o demasiado mayores. Para suplir la falta de hombres y también para llevar a cabo las operaciones militares se asignaron a Anson 143 infantes de Marina, que en aquellos tiempos aún no eran un cuerpo especializado y no eran más que soldados comunes embarcados. Algunos de los seleccionados para Anson nunca habían pisado un barco antes. Y para rematar el esperpento, el gobierno envió también 500 pensionistas de Chelsea, veteranos mutilados o enfermos y muchos de más de sesenta años. La mitad se las apañaron para desertar antes de llegar.
El 23 de agosto de 1740 por fin los preparativos habían culminado. Anson ordenó a Cheap disparar un cañón y tras oír esta señal los cinco navíos de guerra: Centurion, Gloucester, Severn, Pearl y Wager, junto al barco de exploración Trial y los cargueros Anna y Industry, levaron anclas y se hicieron a la mar. Pero la alegría duró poco. En breve se encontraron un viento de cara que impedía avanzar y tuvieron que volver a anclar. Tras varios intentos fallidos, por fin el 18 de septiembre el viento fue favorable y pudieron partir. Anson ordenó que se izara en el Centurion un pendón rojo como el comandante de la flota.
Dos semanas después, una madrugada en el Wager John Byron fue despertado por los gritos del contramaestre llamando a la guardia de la mañana. John Byron era uno de los jóvenes guardiamarinas que formaban parte de la expedición, comenzando así su formación como futuro oficial en un rango entre estos y los marineros. Qué lejos quedaba ahora la propiedad familiar, Newstead Abbey, y el estatus social que tenía en tierra como miembro de una familia que remontaba sus orígenes a la conquista normanda. Y qué lejos quedaba también el día en que sería abuelo del famoso poeta. John, al igual que Cheap, se había decidido por la carrera en el mar al no ser el heredero de la familia y estar fascinado desde pequeño con las historias de marineros. Ahora se encontraba en el microcosmos de la Royal Navy, mezclado con gentes de toda clase y condición.

El 25 de octubre de 1740 el vigía del Severn avistó tierra. Era Madeira, la primera parada de la escuadra. Rápidamente comenzaron todas las tareas de reabastecimiento y reparaciones. Antes de volver a levar anclas el 3 de noviembre, dos acontecimientos sacudieron la escuadra. El primero fue la renuncia de Richard Norris, capitán del Gloucester, enfermo prácticamente desde que habían partido. Anson aceptó la renuncia a pesar de despreciar la petición como cobardía. Esto provocó una cascada de ascensos. El capitán del Pearl fue nombrado capitán del Gloucester y el capitán del Wager, Dandy Kidd se trasladó al Pearl. En su lugar se nombró capitán a George Murray, capitán del Trial. Después de esto ya no quedaban capitanes, así que comenzó la competencia entre los tenientes. Finalmente Anson escogió a su teniente, David Cheap. Por fin Cheap conseguía su ansiado puesto de capitán, aunque fuera en un pequeño barco como el Trial. Byron tenía que ajustarse ahora a las maneras y normas de un nuevo capitán y también a las de un nuevo guardiamarina que le acompañaba, Alexander Campbell, un pequeño tirano que aplicaba implacable las órdenes de su capitán.
El segundo acontecimiento era muy preocupante. El gobernador de Madeira informó a Anson de que al oeste de la isla había una escuadra española de cinco grandes navíos. Se había filtrado la misión de Anson y los españoles habían enviado en su búsqueda una escuadra al mando del Capitán Pizarro. Anson decidió por precaución esperar a la noche para partir.
Días después a bordo del Wager un infante de marina hacía sonar el tambor de aviso a los puestos de combate. La tripulación preparó los cañones mientras toda la operación era supervisada por el artillero, John Bulkeley. La operación resultó ser un simulacro para prepararse por si se encontraban a los españoles, pero Bulkeley igualmente ejerció su trabajo con precisión y eficiencia. Bulkeley tenía ya diez años de experiencia y había empezado desde lo más bajo hasta pocos años antes aprobar el examen de artillero. A diferencia del capitán o el teniente de un barco, los especialistas como Bulkeley estaban permanentemente asignados a un barco. Debido a esto, a pesar de estar por debajo de los oficiales, eran el corazón de la nave. Y era muy importante su profesionalidad ya que el Wager llevaba la munición de toda la escuadra. A pesar de sus orígenes humildes que jamás le permitirían aspirar a ser oficial y que hacen que no haya ningún retrato suyo, Bulkeley era un hombre cultivado que sabía escribir con estilo. No tenía obligación de llevar una bitácora, pero igualmente llevaba una para su uso propio, anotando los datos técnicos habituales de rumbo y ubicación, pero de vez en cuando algunas anotaciones personales también.
Y en mitad de noviembre de nuevo reaparecía un viejo enemigo de la escuadra de Anson. Los hombres empezaron a enfermar uno tras otro. El tifus había vuelto y ahora no había tierra a la que trasladar a los enfermos ni medidas efectivas que aplicar ya que aún se desconocía que el tifus lo provocaban bacterias transmitidas por los piojos. Posiblemente por temor a la plaga el 16 de noviembre los capitanes de los cargueros comunicaron a Anson que daban por satisfecho su contrato con la Royal Navy. Anson no estaba de acuerdo, así que obligó a continuar al Anna pero sí que liberó al Industry, sobre todo por sus malas condiciones de navegación. Se llevó a cabo el traslado de las provisiones que quedaban en el Industry al resto de barcos y los hombres aprovecharon que volvía a Inglaterra para entregar cartas. No podían saber que nunca llegarían a sus familias, ya que días después el Industry fue capturado por los españoles.
Llegado diciembre sesenta y cinco miembros de la escuadra habían sido enterrados en el mar a causa del tifus. El 17 de diciembre avistaban tierra, Isla Catalina, en la costa sur de Brasil. A pesar de las prisas para cruzar el Cabo de Hornos en verano, Anson sabía que no tenía más remedio que parar dadas las condiciones de sus hombres y los barcos. Los enfermos fueron instalados en un improvisado hospital de campaña en una playa y se procedió al reabastecimiento y reparaciones. La plaga siguió su curso y ochenta hombres murieron en la isla. El 18 de enero de 1741 la escuadra se ponía en marcha de nuevo.
Poco después una tormenta se abatió sobre ellos y al pasar se vio que el Pearl había desaparecido. Durante días se llevó a cabo la búsqueda temiendo lo peor. Finalmente el 17 de febrero un vigía lo avistó y el Gloucester fue a reunirse con él. Para su sorpresa el Pearl viró y se dio a la fuga. Cuando por fin el Gloucester les dio alcance se supo el motivo. Días antes el Pearl avistó cinco barcos, llevando uno de ellos un pendón rojo como el de Anson. Pero al aproximarse descubrieron para su horror que se trataba de la escuadra española que había hecho la estratagema de izar un pendón rojo. El Pearl no tuvo más remedio que darse a la fuga arrojando por la borda suministros vitales para aligerar peso y ganar velocidad.
Algo más había ocurrido durante la ausencia del Pearl. Su capitán, Dandy Kidd, había sucumbido al tifus, anunciando ominosamente en su lecho de muerte que la expedición acabaría en “pobreza, plaga, hambre, muerte y destrucción”. La muerte de Kidd llevó a un nuevo cambio de oficiales. Murray, el reciente capitán del Wager, fue nombrado capitán del Pearl. Y David Cheap pasó a ser el nuevo capitán del Wager.
Llegaba por fin el momento del temido cruce del Cabo de Hornos. Desde su descubrimiento por los europeos poco más de doscientos años atrás el Cabo se había cobrado decenas de barcos y miles de vidas, por no hablar de los que lo habían conseguido pero a base de terribles sufrimientos o de los que se habían tenido que dar la vuelta. Tanto que muchos optaban por la ruta más larga por el Índico. Y los españoles, gracias al control de Sudamérica, habían montado una especie de Canal de Panamá terrestre consistente en descargar los barcos en la costa atlántica de Panamá, llevar por tierra toda la carga y embarcarla en otros barcos en el Pacífico.
Pero la expedición de Anson no podía permitirse desvíos ni disponía de atajos. Cheap y el resto de capitanes estudiaron los mapas de los que disponían, con hitos tan desalentadores como Isla Desolación o Puerto del Hambre, para poder tener en mente la geografía que se encontrarían e intentar suplir la otra desventaja con la que aún contaban en esta época, la enorme imprecisión que había en los cálculos de longitud. Partían además de una suposición errónea. Obsesionados con cruzar el Cabo en el verano austral, en realidad se equivocaban. En el verano austral las mayores horas de luz refuerzan los vientos y empeoran las condiciones.
La escuadra puso rumbo sur, poco a poco dejando atrás la costa de la Patagonia. El 6 de marzo llegaban a la punta oriental de Tierra del Fuego y comenzaba la lucha con el mar abierto. Anson había dado orden de hacer todo lo posible para mantener juntos los barcos durante la travesía y si no quedaba otro remedio se reunirían en la costa chilena de Patagonia donde esperarían a Anson durante cincuenta y seis días. Pasado ese plazo debían dar por perdido a Anson, asignar el mando al capitán de más antigüedad y continuar la misión.

Las primeras horas transcurrieron con cierta calma y la escuadra comenzó a pasar la Isla de los Estados sin incidentes. Pero pronto el cielo se oscureció y comenzaron los vientos y las olas. Los barcos fueron avanzando pero el Wager, repleto de carga, se vio arrastrado por las corrientes hacia la Isla de los Estados. Cheap ordenó reducir velas y dio orden tras orden, manteniendo en todo momento la calma. Lentamente la tripulación fue recobrando el control del barco y finalmente lo pusieron a salvo, admirando a su vez la profesionalidad y compostura de su nuevo capitán.

Día tras día los vientos arreciaban y la temperatura seguía cayendo. La lluvia pasó a ser granizo y nieve. Todo hombre era necesario para mantener los barcos a flote, pero en el Wager algo empezó a ocurrir al poco de comenzar la travesía. Muchos hombres empezaron a caer enfermos, con su piel cubriéndose de lo que parecía un hongo y sufriendo intensos dolores. A medida que la enfermedad avanzaba incluso las caras se deformaban y los dientes se caían. Parecía que el cartílago de sus cuerpos se estaba deshaciendo. Era el temido escorbuto y al igual que con el tifus, la medicina de la época desconocía que se trataba de una simple carencia de vitamina C por alimentarse durante meses de salazones y no disponer de fruta y verdura. Pronto comenzaron a amontonarse los cadáveres en el peor de los momentos.
Llegado abril los navegantes de la escuadra determinaron que ya debían haber avanzado lo suficiente para haber pasado el Cabo, así que se ordenó rumbo norte. Pero en breve reaparecieron frente a ellos las rocas de una costa. Aún estaban lejos de haber completado el paso así que tocaba volver al rumbo sur, con las olas batiendo sin piedad las cubiertas y obligando a los hombres a agarrarse continuamente a todo para no acabar en el mar.
El Centurion fue el primero en sufrir graves daños. La gavia se rasgó y a continuación se rompieron varias jarcias. Para rematar cayó un rayo, por suerte sin más incidentes. El resto de barcos tenían también una larga lista de daños. En el Gloucester se partió un travesaño del palo mayor y el carpintero del Wager, Cummins, fue enviado allí para ayudar a repararlo. Y poco después el propio Wager perdía el palo de mesana.
El 10 de abril de 1741 el Pearl y el Severn empezaron a quedarse atrás de una manera un tanto sospechosa. Bulkeley anotó en su bitácora que algunos hombres sospechaban que los oficiales habían desistido de cruzar el Cabo de Hornos y ordenado quedarse atrás para dar la vuelta. El resto de la escuadra siguió intentando avanzar e intentando mantenerse unida haciéndose señales con linternas y cañonazos. Pero los daños del Wager le impedían seguir el ritmo. La noche del 19 de abril, primero las luces del Centurion, después la del resto de barcos, acabaron desapareciendo en el horizonte. El Wager se había quedado solo.
Días después lo imposible se había conseguido por fin. El Wager había conseguido cruzar el Cabo y ponía rumbo norte hacia el Pacífico para intentar llegar al punto de reunión en Chile. Pero el tiempo volvió a torcerse. Una tormenta aún más fuerte que las del Cabo de Hornos se abatió sobre el barco y con el rumbo nordeste que llevaban Bulkeley temía que se vieran arrojados hacia la costa sin poder maniobrar. Bulkeley habló primero con el teniente Baynes, pero cuando se mostró evasivo, decidió hablar directamente con Cheap. El capitán le indicó que entendía sus preocupaciones pero tenía la orden de Anson de acudir al punto de encuentro y que por tanto seguirían adelante. Pronto se demostraría que Bulkeley estaba en lo cierto.
El 13 de mayo a las ocho de la mañana el guardiamarina Byron estaba de guardia cuando se averiaron unas poleas. Cummins fue a repararlas y al volver le comunicó a Byron que le había parecido avistar unas rocas al frente. Mientras tanto el día se había cubierto y por más que Byron se esforzó, no consiguió ver las rocas. Ese mismo día a las tres Bulkeley fue a ayudar a recoger una vela del trinquete por falta de marineros. Mientras lo hacía y para su horror, desde la altura del mástil pudo contemplar claramente lo que Cummins había avistado. El Wager iba directo hacia la costa. Bulkeley corrió a avisar a Cheap y de inmediato se hicieron maniobras para virar. Tras momentos de tensión se consiguió poner rumbo sur, en paralelo a la costa, pero con un viento oeste que impedía alejarse más y con corrientes llevando el barco de nuevo hacia la costa. El Wager estaba atrapado en el Golfo de Penas.
Mientras los marineros seguían luchando para cambiar el rumbo, Cheap decidió dar ejemplo e ir a ayudarles. Pero una fuerte ola desequilibró la cubierta y Cheap cayó por una trampilla dos metros hasta la cubierta inferior. El golpe le destrozó el hombro izquierdo pero seguía empeñado en colaborar, así que tras trasladarlo a su camarote el cirujano Walter Elliot le administró una fuerte dosis de opio para calmarlo y aliviarle el dolor.
El 14 de mayo a las 4:30 Byron volvía a estar de guardia y sintió un fuerte golpe bajo la quilla. El Wager había tocado unas rocas. El golpe despertó a Cummins, que rápidamente bajó a inspeccionar vías de agua pero no vio ninguna. Pero tras otra ola, el barco volvió a golpearse. El timón se hizo pedazos y un ancla de dos toneladas se desprendió y abrió una vía de agua en el casco. El barco comenzó a inclinarse y el pánico se adueñó de la tripulación. El Wager siguió siendo empujado entre rocas por las olas y en los golpes se rompieron los mástiles. Y providencialmente, de repente el barco se quedó quieto. Se había quedado encajado entre unas rocas y esto todavía daba alguna posibilidad a la tripulación.
Byron y Campbell fueron a informar a Cheap de la situación y de la presencia de una isla de aspecto inhóspito pero que al menos les ofrecía alguna opción de salvarse. Cheap les ordenó lanzar los cuatro botes y evacuar a la tripulación. Bulkeley y algunos hombres consiguieron botarlos teniendo que hacerlo a pulso porque no había ya mástiles desde lo que izarlos. Primero se evacuó a los enfermos y el intendente Thomas Harvey se aseguró de que se llevaran algunos suministros. Tras varias horas se consiguió evacuar a casi todo el mundo, salvo un grupo encabezado por el ayudante del carpintero, Mitchell, y el contramaestre King, que se había dedicado a abrir barriles de licor y a aprovechar lo que para ellos eran sus últimas horas. Renunciando a convencerlos, los últimos oficiales a bordo se dispusieron a partir. Bulkeley se fue con las bitácoras que pudo encontrar, aunque para su sorpresa vio que tenían muchas páginas arrancadas o hechas pedazos, como si alguien hubiera querido eliminar pruebas de sus errores. Byron y Campbell junto a otros se encargaron de evacuar a Cheap tras convencerle de que no se podía hacer más.
Los náufragos se apiñaron en la playa bajo una lluvia heladora. Cheap calculó que se habían salvado 145 hombres de los 250 originales. No sabía realmente dónde se encontraban, pero parecía dudoso que algún barco europeo fuera a pasar por allí en breve y los avistara. La noche se acercaba y había que buscar refugio por agotados que estuvieran los hombres. Tras adentrarse un poco en la maleza Byron encontró una cabaña en forma de cúpula, completamente deshabitada aunque con algunos utensilios y lanzas dentro. Los hombres que pudieron se refugiaron dentro y el resto se prepararon para pasar la noche a la intemperie.
A la mañana siguiente Cheap envió a Campbell con un bote para intentar convencer a los que seguían en el Wager de ir a tierra, pero no hubo manera. Completamente borrachos, ninguno era consciente de la situación. Campbell volvió pero horas después los hombres en tierra se espantaron al oír un cañonazo en su dirección. Finalmente los que seguían en el Wager habían reaccionado y disparaban para pedir ayuda. Esta vez sí, subieron a los botes y desembarcaron.
Pasaron los días y los hombres padecían cada vez más por el hambre. No parecía haber nada comestible o animales terrestres que se pudieran cazar. Bulkeley al menos decidió mejorar la situación girando uno de los botes para improvisar una cabaña. Mientras los hombres se preguntaban qué hacer, poco a poco la disciplina se iba degradando. Sin barco la autoridad y disciplina iban desapareciendo y crecía el descontento y las dudas hacia las cualidades de Cheap.
Dos grupos, uno dirigido por Byron y otro por Bulkeley, intentaron explorar la isla para buscar recursos e intentar saber dónde se encontraban. Pronto tuvieron que renunciar a cruzarla, el terreno y la vegetación lo hacían imposible. Apenas consiguieron cazar un par de aves y recolectar una especie de apio salvaje, que resultó providencial para curar a los enfermos de escorbuto, aunque nadie entendió el motivo. No parecía haber mucho más. Tras mucho esfuerzo Byron consiguió escalar una montaña cercana y desde allí descubrió una vista espectacular pero desalentadora. Estaban sin duda en una isla. Cerca se podía ver otra prácticamente igual. Y lejos en el horizonte, los picos de los Andes y el continente. No parecía haber escapatoria.

Unos días después Cheap decidió que había que actuar. Tras reunir a la tripulación y leerles los Artículos de Guerra que debían regir su comportamiento, ordenó llevar a cabo viajes al Wager para rescatar lo que pudiera ser útil. Días y días de trabajo solo permitieron recuperar algunas provisiones y herramientas, pero habría que seguir adelante con eso. En tierra se montó una tienda para hacer las funciones de almacén. Cheap instituyó un racionamiento. Algunos hombres improvisaron balsas y con eso se atrevieron a lanzarse a la mar para cazar aves marinas. Esto, las provisiones rescatadas y unas algas que resultaron ser comestibles dieron nuevas esperanzas. Mientras tanto Bulkeley y el carpintero Mitchell junto a varios hombres consiguieron construir todo un grupo de cabañas con ramas y troncos recogidos por la isla.
CONTINUARÁ