En otoño de 1866 el General de División Winfield Scott Hancock llegaba al Departamento del Missouri precedido de una excelente reputación en la Guerra Civil Americana. Pero su habilidad y efectividad combatiendo la revuelta del Sur no quería decir que fuera la persona indicada para el nuevo puesto. Hancock no sabía absolutamente nada de los indios ni de la manera de negociar con ellos, y lo peor de todo es que no tenía el más mínimo interés en aprender.

Hancock llegaba en un momento en el que los cheyennes y arapahoes que poblaban el Departamento se sentían una vez más engañados. Los acuerdos del año anterior no se estaban respetando y cada vez más colonos cruzaban sus terrenos de caza, además de encontrarse con una nueva línea férrea y con la consiguiente proliferación de nuevos pueblos a lo largo de la línea. Hacía falta tacto y cabeza fría para manejar la situación y Hancock no iba a hacer gala de eso. En base a unos ataques que nunca se demostró quién los hizo, el general se convenció de que los indios se preparaban para la guerra en 1867.

Así, en la primavera de 1867 Hancock y sus tropas iniciaron una expedición por el territorio indio que alarmó enormemente a las tribus, que temían que se repitiera una masacre como la de Sand Creek de años atrás. A primeros de abril Hancock se reunió con varios jefes y les lanzó una serie de duras advertencias, concluyendo con que si había tan solo un ataque contra alguna población o contra el ferrocarril, los aniquilaría. El 13 las tropas llegaron a los poblados de Pawnee Fork. Las mujeres y los niños se dieron a la fuga y los guerreros se prepararon para lo que pudiera pasar. Y de entre los guerreros, un cheyenne llamado Nariz Recta ofreció una solución: él personalmente mataría a Hancock.

Nariz Recta no era alguien a quien tomarse a broma. Era un guerrero de una reputación formidable y de un aspecto físico imponente, tanto que los blancos pensaban que era un jefe. Pero no era así. Nariz Recta sabía de su carácter volátil e impredecible que hacía muy peligroso dirigir una tribu, así que siempre había rechazado aceptar alguna responsabilidad. El único capaz de controlarle era el jefe Toro Oso, de la banda de los Soldados Perro, así que al oír la propuesta de Nariz Recta, decidió que lo acompañaría para evitar males mayores, junto a trescientos guerreros.

Los generales americanos y los jefes indios y Nariz Recta se encontraron en mitad de la pradera en medio de un temporal atroz que les forzaba a gritar para hacerse oír. Hancock le preguntó a Nariz Recta cuáles eran las intenciones de los indios, y aunque Nariz Recta no debería haber contestado al no ser jefe, contestó que no querían una guerra. Si no, no estarían tan expuestos a los cañones del ejército.

A continuación Nariz Recta se acercó a Hancock y le tocó ligeramente con su bastón de toques. Entre los guerreros de las praderas era costumbre para demostrar valor acercarte una primera vez al enemigo que ibas a matar y tocarlo con un bastón especial sin hacer nada más, arriesgándote a que el enemigo te matara. Era la señal de que Nariz Recta iba en serio, aunque ninguno de los generales americanos entendió el gesto. Toro Oso por supuesto sí lo entendió y de inmediato cogió las riendas del caballo de Nariz Recta y lo alejó de allí. Hancock nunca supo lo cerca que estuvo de morir. La reunión concluyó y aquella noche las tribus desmontaron su campamento y se pusieron en marcha, evitándose al menos por el momento un conflicto.

No sabemos si hay alguna enseñanza en todo esto. Quizás que la soberbia es uno de nuestros peores enemigos. Cegados por una supuesta superioridad, somos capaces de lanzarnos a por todas en una situación, ignorando todas las advertencias y consejos. Y nunca sabes cuándo te vas a encontrar un Nariz Recta que te ponga en tu sitio. O si tienes la suerte de que haya un Toro Oso por medio que te evite la catástrofe, quizás ni te enterarás de la que te has librado y seguirás tan feliz con tu soberbia.

Y también quizás otra enseñanza es que ante un enemigo soberbio, si no desesperamos y nos mantenemos firmes, podemos tener todas las de ganar. Hace un tiempo unos soberbios pensaron que tenían a su enemigo contra las cuerdas. Hoy apenas queda nada que puedan considerar un triunfo.

Cuidaos mucho este verano y recordad siempre que no somos nadie ni nada.