Los Ringer tienen el placer de anunciar que su hija Bertha ha contraído matrimonio con su prometido el Ingeniero Karl Benz el 20 de julio de 1872.

No sabemos si en alguna sección de sociedad se anunció de esta manera este matrimonio, pero lo cierto es que Bertha, la hija de los acaudalados Ringer de Pforzheim, Baden, contrajo matrimonio ese día con un brillante ingeniero de orígenes muy humildes llamado Karl Benz. Un matrimonio que iba a hacer Historia.

Bertha y Karl habían tenido una relación inusual para la época. El matrimonio no solo había sido muy desigual en cuanto a orígenes y dinero, sino que además ya dos años antes del matrimonio, Bertha utilizó su dote para salvar el primer negocio de Karl, una fábrica fallida debida a un socio irresponsable. Una vez casados, la financiación de Bertha seguiría manteniendo en marcha las ideas de Karl aunque, por supuesto, en la sociedad de la época nadie, ni social ni legalmente, reconocería que, sin Bertha, Karl nunca habría conseguido llevar a cabo nada.

Así, tras esta primera empresa fallida, Karl constituyó con el capital de Bertha una nueva empresa dedicada al diseño y fabricación de motores en Mannheim. En 1878 Karl Benz conseguía construir el primer motor de explosión de dos tiempos fiable, y la patente le era concedida en 1879.

Motor de uno de los primeros coches de Karl Benz, evolución del diseñado en 1878 CC BY-SA 2.0 de, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2787829

La buena marcha de la empresa permitió a Karl dedicar tiempo a su sueño de muchos años: el diseño de un automóvil. Y no uno cualquiera. Ya se habían inventado varios automóviles, pero todos eran adaptaciones de tecnología existente: carruajes a los que se había acoplado un motor de vapor, o la carretilla con motor de explosión que, en 1870, había construido el austriaco Siegfried Marcus. Pero el de Karl Benz iba a ser diferente: un vehículo diseñado desde cero para ser un automóvil. Y así en 1885 nacía el Benz Patent-Motorwagen.

Benz Patent-Motorwagen Nr. 1

La patente del invento fue aprobada el 29 de enero de 1886. Como la financiación procedía por completo del dinero de Bertha, la patente debería haber ido a su nombre. Pero las mujeres casadas de la Alemania de 1886 no podían ser propietarias de patentes.

Como el típico invento rompedor, el Motorwagen tenía numerosos problemas. Como buen ingeniero perfeccionista, Karl Benz siguió haciendo pruebas e introduciendo modificaciones, sin preocuparse del producto ni de lanzarlo al mercado. El resultado de este trabajo fueron el modelo Nr. 2 y el Nr. 3.

Pero Karl no estaba satisfecho y el público no acababa de estar convencido de la seguridad de su invento. Una demostración pública del vehículo acabó en desastre cuando un inexperto conductor lo estrelló contra un muro. Frustrado, Karl volvió a encerrarse en el taller. Pero Bertha tenía otros planes. Había invertido enormes cantidades de dinero y la competencia vecina (un tal Daimler y un tal Maybach) les pisaban los talones. Era necesario que el mundo viera el Motorwagen en acción.

Bertha tenía pendiente de hacía tiempo una visita a sus padres en Pforzheim. ¿Por qué no utilizar el Motorwagen? Al amanecer del 5 de agosto de 1888, Bertha cogió a sus hijos Eugen y Richard, entraron en el taller, y tras empujar el coche una distancia prudente para que el ruido del arranque no les delatara, se pusieron en marcha para cambiar el mundo y cómo nos desplazamos para siempre.

La distancia entre Mannheim y Pforzheim era de unos 100 kilómetros y todo un reto. Cuando eres el primero en utilizar un tipo de vehículo, no te esperan ni vías preparadas para ti, ni lugares donde reponer el combustible que necesitas.

Nuestros pioneros necesitaban bencina (éter de petróleo) y con un consumo de 10 litros a los 100 y un carburador de 4,5 litros donde poner la bencina (el coche no tenía depósito; ¿para qué si nadie iba a hacer un viaje largo con él?), iba a ser necesario hacer varios repostajes.

Por suerte, la bencina tenía un uso habitual como disolvente y era fácil de encontrar en farmacias. Primera parada, la farmacia de la ciudad de Wiesloch, convertida así en la primera gasolinera de la historia, entre la estupefacción de los presentes, que contemplaron cómo Bertha y sus hijos repostaban y añadían agua al sistema de refrigeración.

Desde Wiesloch nuestros viajeros continuaron hacia Bruchsal y Durlach , donde el Motorwagen tenía que enfrentarse al reto de las primeras cuestas. Con un motor de 2 caballos y dos marchas, no había más remedio que bajarse y empujar en las pendientes fuertes. Y en las bajadas los frenos no tardaron en desgastarse. Pero Bertha tenía la solución. En una de las paradas técnicas, le pidió a un zapatero que clavara unas tiras de cuero en el interior de los frenos. Y así este primer viaje en automóvil vio también la invención de la zapata de freno.

No sería el único momento en el que Bertha demostraría su destreza e inventiva. Un atasco del tubo de combustible se arregló con el alfiler del sombrero. Cuando hizo falta aislar el cable de ignición por el desgaste que estaba sufriendo, una media de Bertha solucionó el problema.

Al anochecer una agotada Bertha y sus hijos hacían su entrada en Pforzheim y Bertha enviaba un telegrama a su marido para hacerle saber que el viaje había sido un éxito. Y no solo lo había sido por el hecho de haber conseguido llegar.

Las personas que se habían ido encontrando con Bertha y sus hijos ya habían hecho correr la voz de la aventura. Cuando tres días después emprendieron el viaje de vuelta, todo el mundo conocía ya a la Señora Benz y el fantástico Motorwagen inventado por su marido. Y su marido por fin estaba convencido de que su invento era viable y tenía futuro (aunque era necesario ponerle más marchas y mejorar los frenos y…). El resto, como suele decirse, es Historia.

Bertha y Karl Benz en un Benz Viktoria, 1893