Hola, qué tal. He estado dándole muchas vueltas a qué escribir. Me pasa a menudo: escribir en un sitio nuevo es como probarse zapatos. Me aprietan todos. Para cuando me bloqueo y no me queda más remedio que escribir, tengo un procesador de texto de éstos que llaman “zen”. Me ayuda a escribir del tirón. Me ha salvado mil encargos.

Me puse con un borrador que tenía empezado. Y ni así. Me hacía bola. Y como no he venido aquí a sufrir —en principio—, pensé que ya era hora de dejar de insistir tontamente. Hay que saber envaninársela y retirarse a tiempo, creo. A lo mejor para la próxima lo recupero y me sale del tirón; pero hoy no.

Así que pensé “de qué quieres escribir, que estés cómoda”. Y la respuesta es evidente.

Attenti al gato.

Attenti al gato.

El famoso gato guardián trasteverino.

El famoso gato guardián trasteverino.

A vosotros os gusta el Trastévere, seguro. Y es un sitio precioso, no os digo que no, pero a mí me gusta el Aventino. Me gusta en invierno porque no hay casi nadie y se hace pronto de noche. Asomas la cabeza por el pretil del Jardín de los Naranjos cuando se va yendo la luz y tienes Roma ahí abajo, y todos los colores del mundo, entre el azul y el dorado. Y todo está bien.

En mi casa jugamos así.

En mi casa jugamos así.

El lugar más famoso del Aventino es una cerradura. No deja de ser extraño, en una ciudad como Roma, una cerradura famosa. A lo mejor es la cerradura más famosa del mundo. Está en una plaza coquetona, al final de una calle, y siempre hay cola para mirar a través de ella. Porque le caben dentro tres países.

Equilicuá, amigo, equilicuá.

Equilicuá, amigo, equilicuá.

Allá, al fondo, la cúpula de San Pedro, en el Vaticano. Más acá, Italia. Y, entre tus pestañas y el final del talud, los jardines del Priorato de la Orden de Malta, que es la única institución privada en el mundo que goza de los mismos privilegios que un país.

Su nombre completo, y larguísimo, es Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta y lo tiene [casi] todo, oiga, tiene sus pasaportes, sus relaciones diplomáticas… Y dos sedes en Italia, en estatuto de extraterritorialidad: su sede central en Via dei Condotti y este precioso palacio en el Aventino.

Hemos llegao.

Hemos llegao.

La villa del Priorato de la Orden de Malta, originalmente una abadía benedictina dedicada a San Basilio de Capadocia fundada en el palacio de Alberico II de Spoleto —un noble romano del siglo X, que se convirtió en señor de Roma de facto—, fue reformada en el siglo XVIII por Giovanni Battista Piranesi.

A Piranesi lo conoceréis de capítulos anteriores (?) porque fue, entre otras cosas, un grabador fuera de serie y sus reproducciones de monumentos romanos quitan el sentido. Actualmente, la iglesia está bajo la advocación de Santa María del Aventino y la historia del palacio se las trae, no tanto como la de la Orden de Malta, pero casi: desde su consagración como abadía benedictina en el siglo X, pasó por las manos de los Templarios (entre el los siglos XII y XIII) y, a partir de 1312, de los caballeros de Rodas, que después se convertirían en los caballeros de Malta.

Porque han tenido nombres mil (?) desde la fundación de la orden a mediados del siglo XI. En 1048, la república de Amalfi construyó en Jerusalén un convento con el fin de atender a los peregrinos de cualquier nacionalidad y religión que acudían a la ciudad.

La Orden de San Juan de Jerusalén, que atendía el hospital, fue conocida entonces también como de San Juan del Hospital, sus caballeros como Hospitalarios, Giovannitio Gerosolimitani (hierosolimitano es, posiblemente, el gentilicio más molón EVER, pero eso ya para otro día)… Y así.

En 1310, se hicieron con el control de la isla de Rodas, trasladaron allí su sede y los caballeros-anteriormente-conocidos-como-de-San-Juan-de-Jerusalén-Hospitalarios-y-tal-y-cual se convirtieron en los caballeros de Rodas.

Perdieron la isla en 1523, porque Solimán el Magnífico se encabezonó con ella y al final tuvieron que dejársela, y anduvieron un poco como pollo sin cabeza hasta que, en 1530, Carlos V les cedió la isla de Malta; y, ¿a que no sabéis qué?, se convirtieron en los caballeros de Malta. La capital de la isla, por cierto, recibe el nombre del Gran Maestre Frey de la Valette, que la fundó tras el Gran Asedio Turco (1565).

Ahora quiero ir, llevadme a Malta.

Hasta que llegó Napoleón a la isla en 1798 y la ocupó durante su campaña egipcia, los caballeros tenían prohibido alzar las armas contra otros cristianos, así que tuvieron que morderse los puñitos y levantar el campamento. En 1802, el Tratado de Amiens estableció la soberanía de la Orden sobre Malta, pero no llegó a aplicarse nunca efectivamente.

Así que, después de pasar por Messina, Catania y Ferrara, acabaron cayendo en Roma (1834). La Villa del Priorato de la Orden de Malta, en el Aventino, goza del derecho de extraterritorialidad desde 1869. La villa y la iglesia se pueden visitar, previa reserva, y es uno de estos sitios que tengo muchas ganas de ver.

Así que a ver si la próxima vez que vaya a Roma nos juntamos por lo menos 10, que es el mínimo. Id despejando las agendas. Si no os queréis ir tan lejos, en València (oh, giro argumental inesperado) tenéis San Juan del Hospital, que es un sitio precioso y deberíais visitar. Me gusta tanto que es lo primero que veréis si entráis en mi casa.

¿Habéis entrado al cementerio de los Hospitalarios en San Juan del Hospital? Porque yo sí.

¿Habéis entrado al cementerio de los Hospitalarios en San Juan del Hospital? Porque yo sí.

Uno de los emblemas de la Orden, la cruz de Malta, tiene su origen en la bandera de Amalfi, que la luce sobre fondo azul.

Quién es. Soy yo. Qué vienes a buscar. A ti.

Quién es. Soy yo. Qué vienes a buscar. A ti.

Sobre el simbolismo de las ocho puntas de la cruz se ha escrito mucho también. Si representan los ocho principios que han de respetar los caballeros o las ocho virtudes que deberían adornarles. Aunque una de mis interpretaciones favoritas, y con esto ya me despido, es que, para los buenos cristianos, simbolizarían las ocho bienaventuranzas del Sermón del Monte (Mt 5, 3-10).

Por si no lo recordáis, os refresco la memoria.