Un hombre y su hija circulan de noche por una carretera. De repente, algo se cruza en su camino. El hombre da un volantazo y tienen un accidente. Para cuando el hombre recupera la consciencia, su hija ha desaparecido del coche. Está a las afueras de un pueblo llamado Silent Hill.

Cheryl. ¿Dónde estás?
Es extraño… Hay mucho silencio.
Demasiado silencio. Este lugar parece una ciudad fantasma.

Así comienza el videojuego Silent Hill, que daría lugar a toda una saga de videojuegos con una legión de seguidores. Tramas complejas y sorprendentes, bandas sonoras a cargo de Akira Yamaoka y sobre todo una excelente ambientación en una ciudad fantasma, cubierta constantemente de niebla, justifican de sobra la fama.

La tan correcta ambientación, en una ciudad americana con aspecto de ser de los Apalaches, da la sensación de no ser algo surgido totalmente de la mente de los guionistas y que debe tener alguna base real. ¿Podría ser que existiera alguna Silent Hill de verdad?

Y lo cierto es que sí. Hay una ciudad abandonada en Estados Unidos que terminó así por una extraña tragedia. Y aunque no está cubierta de niebla, sale humo del suelo.

Si viajamos a la cuenca del carbón de Pennsylvania, nos encontramos con una zona que para los aficionados a la serie de juegos, empezará a resultar familiar. Locust, Mt Carmel, Ashland…

Y si ampliamos llegamos a un lugar llamado Centralia. Nuestra protagonista.

Centralia era como tantos pueblos de la zona un lugar de la América rural volcado en la minería del carbón, que alimentó el Cinturón de Acero formado por ciudades como la cercana Pittsburgh. Las diferentes crisis acabaron convirtiendo el Cinturón de Acero en el Cinturón del Óxido y con la desaparición de las industrias, vino el abandono de la minería –a pesar de contar todavía con ingentes reservas de carbón por explotar– y duros momentos para pueblos como Centralia.

Con todo, a principios de los ’60 la vida seguía en Centralia con tranquilidad. Nadie podía sospechar que un absurdo accidente acabaría con el futuro del pueblo.

El Ayuntamiento decidió que había que poner orden en el vertido ilegal de basuras en los alrededores del pueblo y se construyó un nuevo vertedero municipal. Dadas las características del terreno, al construir el vertedero –que se hizo aprovechando una antigua mina– era necesario sellarlo cuidadosamente con algún material ignífugo, como la arcilla. Así, si se quemaba basura en el vertedero, se impediría que el fuego llegara a alguna de las muchas vetas de carbón que recorrían el subsuelo del pueblo.

El caso es que algo no se hizo bien en los trabajos de preparación, porque en mayo de 1962, tras una quema de basuras, empezaron a aparecer llamas en el vertedero en puntos donde no se había quemado nada. Durante varios días los bomberos trabajaron para parar el incendio, pero iban apareciendo llamas en otros rincones. Tras remover basura con bulldozers para seguir remojando la zona, se descubrió algo inesperado. Un enorme agujero que había tapado la basura conectaba el vertedero con el entramado de antiguas minas del subsuelo de Centralia y el fuego había escapado hacia allí.

A lo largo de 1962 se hicieron varios intentos de parar el fuego con el único método posible, excavar el terreno para extraer el carbón ardiendo. La ineficiencia y la falta de presupuesto hicieron fracasar los diversos proyectos. El fuego se escapaba de sus perseguidores y se adentraba en las entrañas de Centralia, sin más pruebas de su existencia que la aparición de humo y niveles alarmantes de monóxido de carbono saliendo por grietas del terreno.

Las autoridades decidieron simplemente ignorar el problema. Y el hecho de que la vida siguiera con normalidad durante los años ’70 parecía darles la razón. Sí, de vez en cuando salía algo de humo de las grietas, había algún que otro percance con el monóxido de carbono, pero nada más. Hasta el 14 de febrero de 1981.

El 14 de febrero de 1981, Tom Domboski, un muchacho de 12 años estaba con su primo Eric Wolfgang, de 14, en el jardín de una casa de Centralia cuando de repente el suelo se abrió bajo los pies de Tom, que se precipitó por un agujero de 1,5 metros de ancho y 46 metros de profundidad.

Domboski consiguió evitar caer al fondo agarrándose a una raíz de un árbol hasta que Eric pudo sacarlo. El humo y los niveles de monóxido de carbono del agujero dejaban claro el origen. El fuego de la mina se había expandido por toda Centralia y las vidas de sus habitantes corrían peligro.

Tom Domboski contemplando el agujero por el que se precipitó. Foto: AP

En 1984 se decretó la evacuación del pueblo y el Congreso de Estados Unidos asignó un presupuesto para realojar a las familias en poblaciones cercanas. Esto podría haber sido el fin de la Historia, pero… Esto es América y no puede faltar ni una buena teoría conspiratoria ni individuos dispuestos a enfrentarse al «entrometido Gobierno».

Varias familias decidieron quedarse, afirmando que todo lo ocurrido era un plan bien orquestado. Según estas familias, el fuego había sido provocado y las autoridades no habían hecho nada para pararlo –en eso hay que reconocer que tenían bastante razón–, con el fin de destruir el pueblo, expropiarlo y a continuación, excavar los terrenos para parar el fuego y dedicarse a seguir extrayendo carbón, quedándose con todos los beneficios.

A pesar del peligro y de las continuas llamadas a evacuar sus casas, estas familias siguieron resistiendo, aún más enrocadas después de que en 1993 su teoría conspiratoria se hiciera otra vez en parte verdad: el Estado de Pennsylvania decretó la expropiación de todo el municipio de Centralia.

Cartel protesta puesto a la entrada de Centralia por los últimos residentes.

Mientras todo esto ocurría, Centralia se iba desvaneciendo. Las casas o bien se venían abajo al hundirse el terreno sobre el que se asentaban o bien eran demolidas para evitar peligros. La carretera que daba acceso al pueblo tuvo que ser desviada al quedar con daños irreparables causados por el fuego. Y en 2002 el USPS –Correos de Estados Unidos– retiraba de su lista el código postal de Centralia.

La antigua Carretera 61, con grietas por los movimientos en el subsuelo y humo saliendo por ellas.

Finalmente, en 2009 se decretaba la expulsión forzosa de los últimos residentes. Por supuesto, estos presentaron recurso y acabaron perdiéndolo. Pero dada la avanzada edad de los «resistentes», el Gobierno del Estado dio su brazo a torcer y les permitió quedarse hasta el fin de sus días.

Y con todo, Centralia sigue negándose a convertirse en un lugar desierto. La revelación por parte de los desarrolladores de Silent Hill que se habían inspirado en Centralia para crear el escenario y la ambientación ha llevado a miles de turistas a visitar lo que queda del pueblo. Un lugar que, incluso en sus días de gloria, no era más que un pequeño pueblo desconocido por todos, ha pasado a ser una atracción turística mundial.

Para terminar, os dejo con una foto de Centralia a primeros de los ’80 junto al estado actual, cortesía de REUTERS/David Dekok…

REUTERS/David Dekok

…Y con un vídeo que grabé durante mi visita a Centralia en 2010.