Kotor está en Montenegro. Fue una especie de Fort Apache veneciano y después otomano, allí clavado mientras los naturales del lugar se lo miraban desde las montañas y miraban una bahía espectacular que estaba allí mismo pero allí muy abajo. Esto sí que es mar y montaña versión extreme. La costa de un país, la montaña justo encima de otro.

La ciudad merece muchísimo la pena y hay mucho que ver en un pequeño espacio. Eso sí, en cuanto a restauración y alojamiento, son unas mini Ramblas de Barcelona: calidad pésima y ruido. Evitadlo a toda costa, porque lo interesante está, extrañamente, en la carretera de acceso a la ciudad, en el barrio llamado Dobrota.

A lo largo de esta carretera es donde encontraréis las playas. Y es verdad que no son las playas más espectaculares del mundo y son de piedras, así que no muy cómodas para estirarse (aunque por otro lado las piedras no se te pegan al cuerpo por todas partes como la arena), pero tienen su encanto, son tranquilas y el paisaje es espectacular.

Pero hay algo aún más espectacular en estas playas: la venta ambulante. Aquí también pasa un señor. Pero primero de todo, no da el coñazo con sus gritos anunciando el producto. Esto son los Balcanes, y como explicamos en el artículo de Sarajevo, la gente es agradablemente hosca y no molesta. Y segundo, no tiene ni coco, ni coco loco, ni bikini trikini, ni mojitos sarnosos escondidos en una alcantarilla. Aquí lo que te ofrecen son krofne.

Como véis, es una especie de donut sin agujero (o una sufgania) relleno de crema o mermelada. Así que a un precio irrisorio puedes estar disfrutando de la playa y de un snack de playa como Dios manda.

¿Y qué puedes hacer después de la playa? Disfrutar de una copa o un refresco en alguno de los locales que hay alrededor. Por ejemplo en el Premier

¿Y qué tiene de especial el Premier? Por supuesto una alfombra roja y unas columnas en la entrada. Pero algo más que es un misterio. Como cuando fuimos ya teníamos una edad, decidimos que ya éramos suficientemente viejos para pedirnos una tónica. Y no tenemos ni idea de qué hicieron, pero es una tónica que no es amarga. Y era una Schweppes estándar, no una marca local ni nada.

O si queréis probar los refrescos locales, podéis pedir una Pipi. Que no solo hace una fusilada espectacular de la entrañable Pippi Langstrump sino que además hace una colocación de cabeza y naranjas… sutil. Muy sutil.

Nos queda la comida. O la cena. Y para eso, qué mejor lugar que el Kavalin. Porque siempre quisiste estar en una terraza al borde de una comarcal.

No me malinterpretéis. El lugar es excelente. La comida buenísima, con todas las especialidades balcánicas habituales (ćevapčići, ćufte…). Servicio atento y silencioso (siempre valorado). Y la emoción de no saber si algún coche se va a salir de la carretera y se va a estampar en tu mesa. Bonus extra si vas a cenar dada la escasa iluminación. Al menos solo ves unos faros de repente. Algo es.