El invierno llegó pronto a la isla pero no era la mayor novedad de los náufragos. Durante una de las operaciones de recuperación de materiales del Wager, tres robustas canoas aparecieron de entre la niebla. En ellas iban varios hombres con perros, lanzas y una hoguera en el centro de las canoas. Eran un grupo de kawésqar, la tribu que poblaba la zona desde hacía milenios y se había adaptado a la perfección a las duras condiciones. No había manera de comunicarse y los kawésqar se mostraban recelosos, pero finalmente tras varios gestos les convencieron de venir al poblado. Tras desembarcar, les llevaron ante Cheap. Cheap les recibió muy ceremoniosamente y pasado un rato los kawésqar se marcharon. Dos días después volvieron con una partida más numerosa y abundante comida. Volvieron a marchar y volvieron con un grupo aún más grande, esta vez con sus familias, y se pusieron a construir cabañas. Durante días los kawésqar se dedicaron a adentrarse en el mar para pescar y alimentar a los náufragos. Pero por desgracia el grupo de Mitchell volvió a las andadas, emborrachándose e insinuándose a las mujeres kawésqar. Y así, al despertar una mañana, los náufragos descubrieron que los kawésqar se habían marchado. Volvían a estar a su suerte.

Canoa kawésqar en un grabado de 1869

Mientras tanto la unidad y la autoridad se iban deteriorando cada vez más. El grupo de Mitchell se había instalado lejos del campamento, pero casi era mejor para todos. El contramaestre King cada vez despreciaba más a Cheap y retaba su autoridad. Cheap esperaba contar con el capitán de marines, Pemberton, pero él y sus soldados habían formado otro grupo. Ante este panorama, Byron decidió construirse una cabaña para él solo al borde del campamento y evitar adscribirse a un grupo u otro. Y mientras tanto, Bulkeley se iba erigiendo cada vez más en un líder natural. Los robos también fueron aumentando, así que se montaron guardias en la tienda almacén. Pronto hubo arrestos, tres marineros que fueron sorprendidos en el acto. Cheap decidió que aun en la otra punta del mundo y sin barco, se debían mantener las tradiciones y disciplina de la Royal Navy y decidió celebrar un juicio. Cada hombre fue condenado a seiscientos latigazos, tantos que se tuvieron que hacer en tres días para no matarlos, y a después ser desterrados a un islote donde permanecerían hasta que hubiera manera de volver a casa. Pero los robos continuaron, así que se aplicaron los mismos castigos hasta que en el islote-prisión había una docena de hombres.

El punto de no retorno en la ruptura de la autoridad vino el 7 de junio. Cheap ordenó al guardiamarina Cozens llevar un barril al almacén. Cozens, al parecer borracho, dijo que pesaba mucho y que no lo haría. Cheap ordenó arrestarlo y cuando horas más tarde fue a verlo Cozens vertió todo un torrente de insultos. Sorprendentemente, Cheap decidió dejarlo en libertad. Días más tarde, alguien le dijo a Cozens que Cheap pensaba quitarle su ración de licor. Furioso, Cozens se acercó amenazador al intendente Harvey para exigir su ración. Harvey sacó su pistola y disparó, pero alguien apartó la pistola a tiempo. Al oír el disparo, Cheap salió corriendo hacia allá y al ver a Cozens se acercó a él, le puso su pistola en una mejilla y disparó.

Grabado de 1750 del disparo de Cheap a Cozens

Cozens sobrevivió al disparo, pero sangraba abundantemente mientras sus compañeros contemplaban la escena y murmuraban. Ciertamente Cozens había roto toda barrera, pero no estaba armado y estaba injustificada tanta violencia contra él. Al día siguiente se planeó operar a Cozens para extraerle la bala que se había quedado alojada en su cara. El cirujano Elliot no se presentó y de la operación se encargó su ayudante, Robert. Al parecer Elliot y Cozens tenían una fuerte enemistad, pero pronto se extendió otro rumor: que Cheap le había prohibido operar a Cozens. La operación fue bien pero aún quedó un fragmento, así que Robert hizo una segunda operación. A pesar de ir bien, Cozens se mostraba cada vez más débil y viendo su fin, le pidió a Bulkeley que guardara la bala y un trozo de hueso como prueba de lo ocurrido. El 14 de junio Cozens finalmente fallecía.

Días después el carpintero Cummins tuvo una idea: rescatar la chalupa, que había quedado abandonada en el naufragio por sufrir numerosos daños, repararla y ampliarla, y usarla para abandonar la isla. Tras unos días de duro trabajo para recuperarla, se empezaron las reparaciones y modificaciones para ponerle una cubierta y dos mástiles. Y mientras tanto Cheap elaboró un plan: utilizar la chalupa y el resto de botes para partir rumbo norte, atacar Chiloé, capturar un barco y hacerse a la mar con él para continuar su misión.

Bulkeley mientras tanto tenía otros planes. Tras pedirle prestado a Byron un libro, la crónica de exploración de la Patagonia de Sir John Narborough y estudiarlo detenidamente, Bulkeley tuvo una idea. Igualmente partir con los botes pero en dirección contraria: atravesar el estrecho de Magallanes para evitar los rigores del Cabo de Hornos y estar cerca de la costa para conseguir provisiones y después seguir ruta hasta llegar a Brasil y pedir ayuda a los aliados portugueses para volver a casa.

El 4 de agosto Bulkeley y otros hombres fueron a ver a Cheap. Bulkeley sacó un papel y le dijo a Cheap que era una petición que quería leer. La petición decía que los abajo firmantes consideraban que lo mejor para mantener con vida a la tripulación era poner rumbo a Inglaterra por el Estrecho de Magallanes. Entre los firmantes estaban el capitán de marines Pemberton y los guardiamarinas Campbell y Byron. Pero no lo firmaban hombres como el intendente Harvey ni sobre todo su segundo, el teniente Baynes. Cheap se limitó a contestar que tenía que estudiar la propuesta. Dos días después, Cheap, acompañado de Baynes, convocó a Bulkeley y Cummins. Les dijo que el documento le había intranquilizado y que estaba seduciendo a los hombres con un objetivo imposible, Brasil. Comenzó un debate sobre las dificultades de un plan o el otro y al irse elevando la tensión Cummins acabó diciendo: “señor, estamos en esta situación por culpa vuestra”. Finalmente alguien había expresado la acusación. Cheap les dijo que necesitaba más tiempo para pensar.

El 27 de agosto Cheap aún no había respondido, así que Bulkeley reunió a sus fieles. Si la situación seguía así, cabía plantearse rebelarse contra Cheap, pero esto era un motín. Bulkeley buscó así la manera de poder justificar todo legalmente y por escrito. Lo primero era conseguir el apoyo de Baynes, segundo al mando y por tanto autoridad también. Baynes aceptó colaborar, pero proponiendo primero presentar un documento a Cheap para que aceptara ir a Brasil con sus poderes estrictamente limitados. Al día siguiente Bulkeley y los suyos presentaron el documento a Cheap. Cheap montó en cólera y dijo que insultaban su honor. Bulkeley fue a ver a Pemberton y le expuso cómo según él Cheap había rechazado todo intento de razonar con él. Pemberton declaró que defendería con su vida el bien de todos. Cheap acudió allí de inmediato y preguntó qué pasaba. Los presentes le dijeron que iban a relevarlo del mando, y Cheap, con una atronadora voz preguntó quién iba a osar quitarle el mando. Miró a Baynes y le preguntó: “¿Usted?”. Baynes bajó la mirada y dijo que no. El motín por ahora había sido abortado.

En los días siguientes algunos hombres abandonaron a Cheap, sobre todo el intendente Harvey e incluso su sirviente, Plastow. La madrugada del 9 de octubre tuvo lugar el enfrentamiento final. Bulkeley y sus hombres, entre ellos de nuevo Baynes, entraron en la tienda de Cheap y lo sacaron a rastras, mientras otros hombres capturaban al teniente Hamilton. Bulkeley anunció a Cheap que lo arrestaban por la muerte de Cozens. Cheap insistió que era el capitán y mostró el nombramiento de Anson. Bulkeley dejaría escrito más tarde que a pesar de todo, admiraba cómo Cheap se había mantenido firme, digno y valiente. Cheap y Hamilton fueron encerrados en una de las tiendas.

En los días siguientes el grupo de Bulkeley comenzó a preparar los botes cargando todo lo que podían, sobre todo en la flamante nueva chalupa, bautizada Speedwell. Y prepararon sobre todo el documento más importante para cubrirse legalmente. Redactaron un texto dirigido al Lord Almirante en el que declaraban que dada la dificultad de llevar a Cheap como prisionero en unos botes con tan poco espacio y el peligro de sus complots, habían decidido dejarlo en la bautizada como Isla Wager con los medios que pudieran. Y así lo hicieron: dejaron unas cuantas provisiones, algunos instrumentos y armas y uno de los botes que estaba destrozado. Con Cheap se quedaban el teniente Hamilton y el cirujano Elliot.

¿Y qué hay de Byron y Campbell? Habían decidido unirse a Bulkeley. En cuanto al grupo de Mitchell, del que solo quedaban siete y entre ellos ya no el propio Mitchell, que había desaparecido en el mar intentando llegar al continente en una balsa, decidieron quedarse en la isla. El 14 de octubre de 1741 Bulkeley y los suyos zarpaban. Cheap le tendió la mano a Bulkeley. Este anotaría más tarde en su diario que “esa fue la última vez que vi al desafortunado Capitán Cheap”. Quizás fue una anotación demasiado prematura.

Mientras se adentraban en las aguas, Byron volvió la vista atrás. Le habían convencido asegurándole que Cheap vendría con ellos, pero finalmente no había sido así. Poner en peligro su carrera naval decidiendo abandonar la misión era una cosa, pero abandonar así a su capitán era otra muy distinta. Pero no tuvo tiempo de seguir con sus pensamientos porque apenas avanzada una milla se rasgó una de las velas de la chalupa y tuvieron que buscar refugio en un islote. Al día siguiente Bulkeley pidió voluntarios para volver a Isla Wager a por tela para reparar la vela y Byron vio su oportunidad. Campbell y él se ofrecieron a dirigir a un grupo de ocho hombres en esta misión. Mientras remaban Byron y Campbell expusieron a los hombres que habían decidido volver con Cheap y todos se mostraron de acuerdo. Cheap los recibió sorprendido y animado.

Pero al día siguiente se impuso la realidad. Ahora eran más hombres con apenas nada con lo que mantenerse. Así que Byron trazó otro plan. Volvería con los amotinados para pedirles una parte de las provisiones. Byron y Campbell y unos hombres partieron con el bote y lo anclaron a una buena distancia de los amotinados para evitar que lo capturaran. Tras dejar a los hombres de guardia, Byron y Campbell caminaron por pantanos y maleza hasta los amotinados y les expusieron su decisión. Bulkeley se mostró dolido por la decisión de Byron y los amotinados se negaron a darles provisiones. Tras mucho rogar Byron y Campbell volvieron a su bote y marcharon, temiendo que los amotinados salieran detrás de ellos para capturarlos. Pero no fue así.

Los amotinados se hicieron a la mar de nuevo, con todas las dificultades que suponía. Con cincuenta y nueve hombres apiñados en la Speedwell más las provisiones no había sitio ni para estirarse a dormir, y la línea de flotación era tan baja que cualquier ola podía barrer la cubierta. Los doce que iban en el otro bote que quedaba, el cutter, no lo tenían mucho mejor, sin ni siquiera una cubierta. El 3 de noviembre durante una tormenta se rasgó la vela del cutter y se perdió de vista. Tras buscarlo sin éxito, la Speedwell buscó refugio en una bahía. Habían perdido a doce hombres, pero además el cutter que era el único que podía acercarse a costas tan rocosas lo suficiente para desembarcar y recoger suministros. Tras permanecer en la bahía tres días volvieron a partir y al poco para su sorpresa vieron algo blanco en el horizonte. Era el cutter, que había sobrevivido a la tormenta y los había encontrado. Volvieron a la bahía para descansar y reparar el cutter. Pero esa noche una tormenta rompió la amarra del cutter y las olas se lo llevaron hasta estrellarlo contra unas rocas. Ahora sí estaba perdido para siempre. Ahora tendrían que viajar setenta en la Speedwell y con dificultades para llegar a la costa a por suministros. Once hombres decidieron que preferían quedarse en tierra. Bulkeley y Baynes redactaron un documento declarando que estos hombres habían tomado esta decisión libremente y bajo su responsabilidad.

El 10 de noviembre la Speedwell llegaba a unas islas que a Bulkeley le encajaban con la descripción de Narborough del Estrecho de Magallanes. Decidieron así adentrarse en el canal cayendo presa de inmediato de terribles tormentas que estuvieron a punto de volcar la chalupa. Los días fueron pasando entre un tiempo terrible y la lenta mengua de las raciones. El 24 de noviembre se encontraban en un laberinto de canales que empezó a sembrar dudas de dónde estaban. Bulkeley estaba convencido de que estaban en el lugar correcto, pero la creciente disensión del resto encabezados por Bayne le obligó a ceder y dar media vuelta. El camino de vuelta llevó dos semanas y solo sirvió para darse cuenta de que Bulkeley estaba en lo cierto y habían hecho  la ruta correcta.

Mientras tanto en Isla Wager Cheap no había perdido la esperanza. En la ausencia de opositores se había revitalizado y colaboraba en todo lo que podía para recoger comida o leña. Pero los hombres estaban impacientes por partir. Se hicieron las reparaciones del bote dañado y el grupo se encajó como pudo en los dos botes. A la hora de partir se encontraron ya bajo un fuerte oleaje que inundaba los botes. No quedando otro remedio, hicieron lo impensable: arrojar por la borda los escasos víveres que tenían. Nueve días después avistaron un cabo que era la salida del Golfo de Penas. Durante días fueron avanzando poco a poco descansando por las noches en la costa más cercana. En una de esas noches una tormenta desató el bote más pequeño con dos hombres a bordo y las olas lo acabaron hundiendo. Ahora no había suficiente espacio en el bote restante y se escogió para permanecer en tierra a cuatro marines dada su nula experiencia marinera. Resignados a su suerte, los cuatro marines despidieron al bote al grito de “¡Dios salve al Rey!”.

El bote se dirigió hacia la punta del cabo, con los hombres resueltos a superarlo. Pero tras horas de lucha contra las olas y el viento, tuvieron que rendirse. Desesperados, no vieron más opción que regresar a Isla Wager, a donde llegaron dos semanas después.

La Speedwell por su parte había seguido su avance hasta llegar al punto en el que el Estrecho viraba al nordeste camino al Atlántico. Con muy escasos suministros, estaban desesperados. Un día vieron en la orilla un rebaño de guanacos, pero con los vientos que bajaban de las montañas era imposible acercarse a la costa lo suficiente para que algunos hombres pudieran vadear hasta la orilla. El 11 de diciembre avistaban por fin el Cabo de las Once Mil Vírgenes que está en la boca atlántica del Estrecho y que habían visto un año antes camino del Cabo de Hornos. Aún quedaban de todas maneras mil seiscientas millas hasta Rio Grande en Brasil y atravesando costa enemiga. Pero el hambre era más acuciante que el peligro, así que el 16 se arriesgaron a desembarcar en Puerto Deseado, donde Narborough había informado de la abundante presencia de focas. Estaba en lo cierto. Los hombres hicieron una gran cacería y se dieron un enorme banquete. Al poco muchos hombres se retorcían de dolor. Todo indica que sufrieron el síndrome de realimentación que aparece en personas que han pasado meses de privaciones y de repente comen mucho de golpe. Dos de los náufragos acabaron muriendo, uno de ellos el intendente Harvey.

Siguieron avanzando y días después hubo que arriesgar otro desembarco al acabarse las provisiones. Tras muchas dificultades para desembarcar varios hombres volvieron con agua y más carne de foca. Un golpe de viento alejó de golpe la Speedwell dejando a ocho hombres en tierra. Para rematar esa noche se rompió el timón haciendo imposible acercarse a la costa de nuevo. Tras deliberar redactaron un documento en el que explicaban a los hombres lo ocurrido y lo pusieron en un barril junto a algunos suministros. Esperaron a ver que los hombres leyeran la carta y partieron.

Días después se acababan los suministros sin posibilidad de volver a maniobrar hacia tierra. La Speedwell siguió y siguió, con los hombres cada vez más débiles, hasta que el 28 de enero de 1742 un viento la empujó hacia la costa y Bulkeley vio unas formas que primero pensó que eran un espejismo. Eran estructuras de madera. Casas a la orilla de un río. Lo habían conseguido. Habían llegado a Rio Grande. Al entrar a puerto una multitud se congregó para ver qué era aquella extraña barca. Se quedaron horrorizados al ver a los esqueléticos hombres que la tripulaban. Bulkeley desembarcó como pudo y explicó que eran lo que quedaba de la tripulación del HMS Wager. Poco después llegó el gobernador, que calificó su llegada de milagro. Fueron llevados a un hospital. De los ochenta y un hombres que habían partido de la Isla Wager, veintinueve habían conseguido llegar a Rio Grande.

Unas semanas más tarde y con los hombres ya recuperados, Bulkeley volvió a la casa que le había dado el gobernador y se encontró todo revuelto. Al parecer alguien había estado buscando alguna de sus posesiones. Tenía que tratarse sin duda de su bitácora, la única crónica de los eventos del grupo de Bulkeley. Las palabras allí recogidas podían ser la diferencia entre vivir libre y colgar de una soga. Uno de los más preocupados era el Teniente Baynes como el miembro del grupo de más graduación. En marzo de 1742 se dio a la fuga en un barco a Inglaterra, con la clara intención de llegar antes que nadie y fijar su relato de los hechos. Bulkeley y Cummins no consiguieron un barco hasta meses después y en una escala en Portugal unos comerciantes ingleses les informaron que Baynes había hecho graves acusaciones contra ellos. A pesar de eso, decidieron continuar camino a casa. El 1 de enero de 1743 su barco anclaba en Portsmouth. En cuanto pusieron pie a tierra fueron arrestados. Baynes había declarado ante el Almirantazgo que Bulkeley y Cummins se habían amotinado contra Cheap.

Bulkeley decidió enviar su bitácora al Almirantazgo para rebatir a Baynes. Consideraba que desde su punto de vista explicaba los hechos que habían llevado a la rebelión, incluidas alegaciones sobre el estado mental de Cheap y el asesinato de Cozens. Al parecer era demasiado para el Almirantazgo y al poco le pidieron que enviara un resumen. Dadas las narrativas contradictorias, el Almirantazgo decidió posponer la investigación al menos hasta que Cheap fuera declarado muerto. Bulkeley y Cummins fueron puestos en libertad por el momento pero suspendidos de empleo y sueldo.

Bulkeley decidió ahora lanzar otro tipo de rebelión, esta vez literaria. Empezó a planear la publicación de su bitácora para influir en la opinión pública. Preveía que sería un escándalo además no ya por el contenido sino por el hecho de que alguien que no era oficial osara publicar un texto así. Publicado seis meses después con el título A Voyage to the South-Seas, in the Years 1740-41 más el acostumbrado subtítulo de un párrafo típico del s. XVIII, provocó el escándalo esperado. Uno de los Lords del Almirantazgo declaró que cómo se atrevía Bulkeley a exponer en público así el carácter de un caballero (refiriéndose a Cheap). Pero el libro llegó a una segunda edición y puso al público en favor de Bulkeley. Hasta que hubo un giro inesperado en los acontecimientos. Un día de marzo de 1746 atracaba en Dover un barco que llevaba entre sus pasajeros al Capitán David Cheap, el teniente de marines Thomas Hamilton y el guardiamarina John Byron.

Días después de volver a Isla Wager, los náufragos se encontraron con un grupo de la tribu chono. Uno de los hombres se dirigió a ellos en español y el cirujano Elliot lo hablaba. El hombre se llamaba Martín y les explicó que su tribu vivía más al norte que los kawésqar y conocían enclaves españoles como Chiloé. Los hombres de Cheap les rogaron que les guiaran hasta allí.

Una de las últimas canoas chono fotografiada en 1895

El 6 de marzo de 1741 partieron, los chono en sus canoas y los hombres de Cheap en el bote. Días después y durante una parada para recolectar comida seis hombres tomaron el bote y se dieron a la fuga. Nunca más se supo de ellos. El grupo continuó con las canoas de los chono. Días después moría uno de los náufragos y el grupo se veía ya reducido a Cheap, Byron, Campbell, Hamilton y Elliot. Unos días después era Elliot el que sucumbía al esfuerzo y las privaciones.

Días después llegaron al cabo que no habían conseguido superar. Los chono dirigieron las canoas a tierra, las desmontaron en varias piezas y repartieron una pieza a cada uno de los hombres para después ponerse en marcha por tierra. Esa era su manera de poder superar aguas tan traicioneras y peligrosas. Al llegar al otro lado los chono volvieron a montar las canoas y siguieron navegando. El grupo siguió su ruta hasta que en junio de 1742 avistaron Isla Chiloé. Tras desembarcar y caminar por la nieve llegaron a un poblado indígena donde inmediatamente atendieron a Cheap, ya muy debilitado. Días después y ya recuperados, de camino a otro poblado se cruzaron con un pelotón de soldados españoles. Después de sobrevivir a tantas tribulaciones, ahora eran prisioneros.

Cheap y el resto fueron enviados a Valparaíso y encerrados en una celda completamente a oscuras. De vez en cuando los sacaban de allí para exhibirlos y los soldados cobraban a los espectadores. Siete meses después los llevaron a Santiago y en manos del gobernador fueron tratados con mucho más respeto y se les permitió vivir fuera de prisión. Incluso una noche fueron invitados a cenar con Pizarro, el almirante que había perseguido a la escuadra de Anson. Finalmente, dos años y medio después de su captura y con la Guerra de la Oreja de Jenkins prácticamente congelada, se les permitió volver a Inglaterra. Campbell sin embargo prefirió quedarse. Había establecido fuertes vínculos con sus captores. Cheap, Byron y Hamilton se embarcaron deshaciendo toda la ruta que habían hecho y en esos azares del destino teniendo una plácida travesía.

Llegados así a Inglaterra Cheap descubrió que Bulkeley le acusaba de ser un incompetente y un asesino y además en un libro. Pero decidió no entrar en este juego y reservarse su historia para un consejo de guerra. A los pocos días de la vuelta de Cheap llegó precisamente la convocatoria para celebrarlo en Portsmouth. Bulkeley, Baynes, Cummins y King fueron detenidos y llevados al HMS Prince George, donde se celebraría el consejo de guerra. Byron y Cheap y otros miembros de la tripulación acudieron por sus propios medios.

El caso del Wager parecía abrumador. Las acusaciones constituían una ruptura total del orden en un barco, en todos los escalafones y en todos los conceptos. Bulkeley y los suyos podían enfrentarse a acusaciones de motín o de agredir a un oficial, pero por otro lado Cheap también podía enfrentarse a un cargo de homicidio.

El 15 de abril de 1746 comenzó el juicio a bordo del Prince George, con un equipo de trece jueces presidido por Sir James Steuart, vicealmirante y comandante de la flota en Portsmouth. Antes del juicio se pidió a cada acusado que escribiera una declaración sobre los hechos, pero curiosamente les indicaron que por el momento se ciñeran a las causas del naufragio. Comenzado el juicio, el primero en declarar fue Cheap y le preguntaron directamente sobre las causas del naufragio y si atribuía alguna negligencia a algún oficial. Cheap señaló que Baynes había olvidado advertirle que se había avistado tierra unas horas antes. Cuando a continuación le preguntaron si atribuía a algún otro oficial la pérdida del Wager, contestó que no. No le hicieron ninguna pregunta sobre la isla y lo acontecido después.

Llegado el turno de Bulkeley, ocurrió lo mismo. Las preguntas se ciñeron al naufragio. En un momento dado le preguntaron si atribuía al capitán o a los oficiales la pérdida del barco. Bulkeley había hecho todo tipo de acusaciones sobre esto en su libro, señalando la obstinación de Cheap de acudir al punto de encuentro con Anson como fuera. Pero en este momento de declarar y viendo que no le preguntaban por el motín, Bulkeley intuyó que se les estaba dando vía a un acuerdo. Decidió contenerse y contestó que no. Las mismas escenas se repitieron en los interrogatorios de Cummins, King o Byron. Al único al que se puso algo en aprietos fue a Baynes por la cuestión de avistar tierra. Baynes declaró que no reportó el avistamiento porque le había parecido que no eran más que nubes.

Se hizo un receso y al volver los jueces presentaron su veredicto. El Capitán Cheap había cumplido con su deber de preservar el Wager y había hecho todo lo que estaba en su mano para evitar el naufragio. Todos los demás oficiales y tripulación quedaban también absueltos de este cargo, excepto Baynes que recibió una reprobación. Finalmente nadie era castigado. Bulkeley era libre y Cheap se quedaba sin su venganza, pero por otro lado tampoco era acusado de homicidio y sobre todo conservaba su preciado título de capitán.

No hubo más procesos ni investigaciones. Todo parece indicar que las autoridades británicas quisieron correr el proverbial tupido velo sobre el absoluto descenso al infierno de la autoridad y la civilización que había sido la Isla Wager.

Aún no estaban cerradas de todas maneras todas las historias del Wager. Tres meses después del juicio llegaron a Inglaterra tres supervivientes más: los tres que habían sobrevivido del grupo de ocho que se quedó abandonado en Patagonia cuando se rompió el timón de la Speedwell y no fue posible recogerlos. Morris contó que al poco cuatro del grupo murieron, pero Morris y los otros tres sobrevivieron  cazando y recolectando. Un tiempo después se encontraron con un grupo de patagones, y al igual que los chono con Cheap y los suyos, estos les ayudaron y les acogieron en sus poblados mientras los iban trasladando rumbo norte. En mayo de 1744 llegaron a Buenos Aires y fueron hechos prisioneros. Tras estar detenidos un año fueron llevados a España en un barco capitaneado por Pizarro y de allí viajaron a Inglaterra. Atrás quedaba un miembro del grupo. John Duck, un negro libre, fue vendido como esclavo en Buenos Aires y nunca más se supo de él.

Los supervivientes del Wager volvieron a sus vidas también olvidando lo ocurrido como las autoridades. David Cheap fue nombrado capitán de un barco de cuarenta y cuatro cañones. La Navidad de 1746 su barco y otro navegaban cerca de Madeira cuando interceptaron y capturaron un barco español cargado de plata. De vuelta a Inglaterra y tras recibir una parte del botín, David Cheap se retiró de la Royal Navy y compró una propiedad en Escocia, donde murió en 1752.

John Bulkeley decidió que tenía que ir a un lugar donde dejar atrás su pasado y reinventarse. Emigró a América y se instaló en Pennsylvania, desapareciendo de la historia.

John Byron sirvió durante dos décadas más en la Royal Navy hasta llegar al rango de vicealmirante y alabado por todos sus compañeros oficiales y por sus subordinados por su profesionalidad y su compasión. En 1768, con Cheap ya fallecido, por fin se atrevió a contar su versión de los hechos del Wager en un libro. No tuvo mucha repercusión, pero causó una gran impresión en su famoso nieto, que nunca llegó a conocer en persona a su abuelo.

Y así poco a poco la historia del Wager fue desapareciendo de la memoria colectiva. Atrás quedaban accidentes geográficos que perdían sus referencias históricas: no solo la Isla Wager, sino la vecina isla donde Byron decidió darse la vuelta y que fue bautizada Isla Byron, además del Canal Cheap o la Bahía Speedwell.

También desaparecieron las personas que hicieron posible que quedara algún superviviente del Wager. A finales del XIX los chono se habían extinguido por completo y a primeros del XX ya solo quedaban una docena de kawésqar totalmente aculturados. Y la Isla Wager sigue siendo un lugar desolado y deshabitado, azotado por vientos y olas.