¡Los inmigrantes quieren tener en su poder la Constitución de los Estados Unidos y vendérsela a una potencia extranjera!

Nos unimos con el fin de defender nuestros intereses protestantes contra los grandes esfuerzos que se están haciendo para propagar en Estados Unidos el papismo.

Los americanos republicanos de la ciudad y el condado de Philadelphia, decididos a apoyar a los americanos nativos en su derecho constitucional a reunirse pacíficamente para expresar sus opiniones sobre cualquier asunto de política y a defenderse de los ataques de inmigrantes y extranjeros…

Salvo quizás por la referencia al papismo, estas frases podrían haberse extraído de la campaña pro-Trump del año pasado. Inmigrantes, la Constitución en peligro, «verdaderos americanos» que no pueden expresarse libremente, minorías amenazantes… Se ven buena parte de los ingredientes del trumpismo. Son, sin embargo, discursos y noticias de los disturbios nativistas de 1844 en Philadelphia.

Philadelphia fue una de las principales ciudades receptoras de inmigrantes irlandeses de Estados Unidos. El conflicto estaba servido, con todos los ingredientes habituales: llegada «masiva» de extranjeros que practicaban una religión diferente, poco cualificados y que cobraban menos…

El movimiento nativista, formado por americanos protestantes descendientes de ingleses y escoceses y que se consideraba el dueño legítimo de Estados Unidos, no tardó en convertir en objetivo a los irlandeses. El conflicto llegó a su clímax con los disturbios que hubo a lo largo de 1844, con varios muertos y heridos y varias iglesias incendiadas.

La situación no llegó a tales niveles de violencia en los años siguientes, pero la llegada de más irlandeses causada por la Hambruna de la Patata que comenzó en 1845, no calmó la animadversión de la población nativa. Ser irlandés, emigrado o hijo de emigrantes irlandeses, siguió siendo algo peligroso con lo que la comunidad organizó milicias para proteger sus barrios.

Estas milicias acabaron integrándose en la Milicia de Pennsylvania, una especie de antecesora de la Guardia Nacional. Ponerse al servicio de su Estado y de los ciudadanos tampoco sirvió de nada. La instrucción y los desfiles por la calle de los regimientos irlandeses iban siempre acompañados de insultos, burlas y la ocasional pedrada.

En 1861 estalló la Guerra Civil Americana. Lincoln dio la orden de reclutamiento de 75.000 voluntarios para tres meses de servicio. Los irlandeses de la Milicia de Pennsylvania estaban preparados para responder a la llamada del Presidente, así que se procedió a reclutar más efectivos para alcanzar las cifras necesarias para crear un regimiento, incluyendo según las memorias del regimiento «algunos americanos de pura cepa» (sic), «dos miembros de la ‘Sociedad de Amigos’» (cuáqueros) y «varios judíos». Quedó así creado el 24º Regimiento de Voluntarios de Pennsylvania.

Los tres meses de servicio no fueron precisamente brillantes. El regimiento no llegó a participar en ninguna acción importante y no hizo más que marchar y marchar, con poca comida y menos recursos. Al terminar los tres meses de servicio el regimiento volvió a casa, algunos hombres llevando puesto su grueso abrigo bajo el sol del verano por vergüenza a que se viera que iban prácticamente en ropa interior.

Todos los hombres del regimiento estaban dispuestos a continuar luchando. Se solicitaron los permisos necesarios y el regimiento fue creado de nuevo para luchar hasta el final de la guerra, asignado a… la Brigada de California. Obviamente, el regimiento no era californiano, como no lo era ninguno de los regimientos de la Brigada.

California, fiel a la Unión, ante la imposibilidad de enviar tropas de manera efectiva por su lejanía optó por financiar regimientos, creándose así esta peculiar brigada. El regimiento no estaba nada contento con esta asignación, pero no quedaba más remedio que acatar las órdenes.

La Brigada participó inicialmente en tareas logísticas y de patrulla que culminaron en el desastre de Ball’s Bluff, Virginia, el 21 de octubre de 1861. Lo que iba a ser un pequeño reconocimiento al otro lado del Potomac para localizar tropas confederadas acabó convertido en una escaramuza en la que las tropas de la Unión, dirigidas por oficiales inexpertos, actuaron con un gran desorden. El fuego confederado provocó una estampida hacia el río en el que muchos soldados acabaron ahogados.

Tras este contratiempo, Pennsylvania insistió en que quería recuperar sus regimientos. Los irlandeses propusieron la creación de una Brigada Irlandesa que agrupara los regimientos irlandeses de todos los Estados. Esta petición fue denegada, pero a cambio se aceptó que el regimiento volviera a la Brigada de Pennsylvania, con el número 68.

Ya que no podían tener una Brigada Irlandesa, el regimiento hizo otra petición: que se cambiara su número del 68 al 69 como homenaje al entonces ya famoso 69º Regimiento de Voluntarios de Nueva York del Coronel Meagher. El Estado Mayor aceptó y quedó así creado el 69º Regimiento de Voluntarios de Pennsylvania.

Los irlandeses de Philadelphia por fin tenían su regimiento y una bandera que podían sentir como suya, en realidad doble, formada por la bandera del Estado de Pennsylvania y una bandera verde con el escudo de Pennsylvania.

Para entonces estaba llegando el invierno y el fin de las operaciones. El regimiento acampó y se preparó en los meses siguientes para su primera verdadera campaña.

La campaña de la península

Llegada la primavera, el plan de la Unión era desembarcar el Ejército del Potomac en la Península de Virginia, enfrentarse a las tropas confederadas que protegían la capital del Sur, Richmond, y tomarla. El plan funcionó durante las primeras semanas, pero un cambio en el mando confederado giró las tornas. Un nuevo general fue capaz de frenar al ejército de la Unión y, en las conocidas como Batallas de los Siete Días, hacerlos retroceder y reembarcarse. Era un tal Robert E. Lee.

El 69º de Voluntarios de Pennsylvania tuvo una participación menor en las batallas, exceptuando una acción que les haría ganarse el respeto del resto del Ejército del Potomac, en el Pantano de White Oak. Enviados a apoyar al Regimiento de Reserva de Pennsylvania, que se retiraba en desorden ante el ataque confederado, el 69º primero lanzó una mortal andanada y después cargó contra el enemigo con la bayoneta, salvando al resto de unidades. El General de la Unión Hooker felicitó personalmente al regimiento por la primera carga con bayoneta exitosa de la guerra.

Completada la retirada y tras unas semanas de descanso, el 69º se volvía a poner en marcha. Pronto estarían en el día más sangriento de la historia americana. Antietam sería su siguiente gran batalla.

Antietam

Una vez garantizada la seguridad de Richmond, Robert E. Lee decidió pasar a la ofensiva e invadió Maryland en septiembre de 1862. El Ejército del Potomac salió a su encuentro. Ambos ejércitos se enfrentarían cerca de la localidad de Sharpsburg, junto a un arroyo llamado Antietam, el 17 de septiembre.

La batalla fue otro ejemplo más de la indecisión y de la falta de visión de conjunto del General del Norte, McClellan. En lugar de un ataque bien coordinado, las diferentes brigadas del Ejército del Potomac fueron lanzando ataques por oleadas que se estrellaron con las líneas del Sur.

La batalla comenzó temprano por la mañana cerca de una pequeña iglesia, Dunker Church. Los combates más duros tuvieron lugar en un campo de maíz que en unas 3 horas llegó a cambiar de manos 15 veces, con grandes bajas en cada ataque.

Avanzada la mañana, el 69º fue llamado al combate con el fin de intentar romper la izquierda del ejército de Lee. Tras vadear el Antietam, avanzaron junto con el resto de regimientos de la brigada hacia el bosque situado a la derecha de Dunker Church.

El plan era perfecto, pero la ejecución fue pobre. El general que los dirigía, Sumner, no fue capaz de coordinarse con la división del general French que también tenía que participar en el ataque. La formación adoptada además les expuso a un terrible fuego de artillería.

Según las memorias del regimiento:

Nos lanzaron todo artículo destructivo que se pueda imaginar: balas de cañón, cargas explosivas, metralla… y a juzgar por los atronadores ruidos que había en el aire, la opinión general era que nos estaban tirando hasta raíles de tren y clavos, así que los hombres decían jocosamente que nos estaban tirando toda una herrería.

El sentido del humor irlandés no se pierde ni en una masacre. Además de la artillería, estaban recibiendo andanada de fusil tras andanada de fusil. Con todo, seguían avanzando por el campo de maíz hacia Dunker Church cuando un regimiento de Texas pasó por su lado a poca distancia.

Lo lógico habría sido girar para enfrentarse a ellos, pero les ordenaron seguir avanzando. Este cumplimiento estricto de órdenes sin tener en cuenta las condiciones cambiantes sería fatal. Los texanos no perdieron la oportunidad y sí que giraron, atacando la retaguardia del regimiento y poniéndoles entre dos fuegos.

Sumner salió al galope para ordenar la retirada, agitando su sombrero y gritando: «¡Salid de ahí, muchachos! ¡Salid!». Con el estruendo de la batalla impidiendo oírle, los hombres del regimiento creyeron que les ordenaba prepararse para cargar y sacaron las bayonetas. Los texanos se encargaron de aclarar la orden con una fuerte ráfaga de sus fusiles y el regimiento se retiró con rapidez.

La batalla todavía duraría hasta el anochecer, pero el 69º ya no estaba en condiciones de combatir. Entre el campo de maíz y el bosque junto a Dunker Church habían quedado muertos 3 oficiales y 18 hombres. Había además otros 3 oficiales y 54 hombres heridos, además de 1 oficial y 9 hombres hechos prisioneros.

Con todo, podían considerarse afortunados. Habían evitado los combates más duros en el campo de maíz y sobre todo la carnicería en que se convertiría la carretera hundida que iba de Dunker Church al Antietam y que acabaría recibiendo el apodo de Camino Sangriento.

Friedericksburg

Durante las semanas siguientes el regimiento fue siguiendo al ejército del Sur, y junto con el resto del Ejército del Potomac, participaron en pequeñas acciones sin consecuencias. Llegado el otoño habría sido momento de acuartelarse y dejar pasar el invierno.

Pero Lincoln necesitaba una victoria y McClellan no estaba siendo suficientemente agresivo en su opinión. Fue sustituido por el general Ambrose Burnside. Las ansias de Lincoln y un nuevo general que tenía que probarse en el cargo significaban que la campaña no terminaría a su debido tiempo.

El plan de Burnside consistía en cruzar a mediados de noviembre el río Rappahannock en la ciudad de Fredericksburg para atacar Richmond. Pero el cruce del río requería pontones que, por problemas burocráticos, se retrasaron una semana tras otra.

Para cuando por fin llegaron era diciembre y Lee, viendo las intenciones de Burnside, había tenido oportunidad de mover su ejército y atrincherarse en Fredericksburg y sobre todo en un grupo de colinas que dominaban el terreno y eran fácilmente defendibles: Marye’s Heights.

El primer cruce del río por varios regimientos, entre ellos el 69º, tuvo lugar el 11 de diciembre bajo fuego de artillería del Sur, que disparaba desde las colinas y bajo el constante fuego de francotiradores apostados en las casas de Fredericksburg. Durante el resto del día, y el siguiente, tuvieron lugar duros combates urbanos para eliminar a esos francotiradores, combates que se llevaron por delante buena parte de la ciudad.

Con la ciudad bajo control, el día 13 Burnside dio la orden de continuar avanzando. Por un momento los planes salieron bien y parecía que la Unión podía tener las de ganar. A pesar del intenso fuego confederado, en el sector sur del frente los soldados de la Unión lograron brevemente romper la línea, pero fueron rechazados. Burnside decidió crear una maniobra de distracción que impidiera a Lee enviar refuerzos al sector sur y dio la orden de atacar Marye’s Heights.

Hasta la persona con menos conocimientos de estrategia se habría dado cuenta de que era un absurdo que llevaría a una masacre. Las cimas de las colinas estaban repletas de cañones. Un poco más abajo y perfectamente protegidos por un muro, en la Carretera del Telégrafo, 2000 hombres de la infantería de Lee, junto a 7000 en retaguardia como reserva y a las órdenes del general Longstreet, tenían totalmente a tiro cualquier punto de la suave pendiente que venía hacia ellos desde la ciudad.

Como dijo el comandante de la artillería del sector, el Teniente Coronel Edward Porter Alexander a Longstreet, «ni un pollo podrá sobrevivir en ese campo cuando abramos fuego».

Los soldados del sur no podían creer lo que estaban viendo. Con una serenidad aterradora y bajo el fuego de artillería, los soldados del norte comenzaron a avanzar, primero en columnas para salir de las calles de la ciudad para después formar en línea, al pie de las colinas. En perfecta formación, banderas al viento, continuaron colina arriba.

Dada la situación, lo mejor que se podía hacer era marchar a toda prisa con las bayonetas caladas y cargar. Inexplicablemente, se dio la orden de marchar al paso, parar para disparar y avanzar, tal y como se hacía durante las Guerras Napoleónicas, cuando el armamento era mucho más impreciso. Los soldados del sur esperaron pacientemente a tenerlos a tiro y dispararon. Y dispararon. Y dispararon.

Línea tras línea de los regimientos de la Unión fue abatida. En lugar de replantearse la táctica, lo que se hizo fue enviar a más regimientos. Algunos llegaron a poca distancia del muro de Telegraph Road, pero con tan pocos hombres que era imposible cargar.

Llegó el turno del 69º de Pennsylvania. Los irlandeses hicieron lo que pudieron dadas las circunstancias, pero estando a 90 metros del muro, tuvieron que detenerse, buscando refugio tras una valla. Era imposible avanzar y retroceder era aún más peligroso, quedando totalmente expuestos, dando la espalda al enemigo y bajo esa intensidad de fuego. Pegados al suelo todo lo que podían mientras el infierno volaba sobre ellos, esperaron y esperaron, al igual que el resto de regimientos.

Longstreet no desperdició la pausa en el avance de la Unión y llamó a sus reservas. Ahora, en lugar de una sola línea de infantería, en el muro había cuatro. Burnside decidió seguir con su plan y envió más hombres. Ahora ya ni siquiera era posible avanzar en orden. El campo de batalla estaba cubierto de cadáveres. Los heridos tiraban de los pantalones de los soldados que avanzaban, pidiendo ayuda y rogándoles que no siguieran avanzando. Y más y más hombres caían.

Hacia las 4 el Sol empezó a ponerse. Era ya imposible seguir con los combates. Siete divisiones habían atacado Marye’s Heights y ningún hombre había llegado ni a tocar el muro. Había 8000 bajas entre muertos y heridos, frente a 1200 bajas entre los confederados.

Los que permanecían ilesos seguían sin poder moverse, ya que ya guiados por la escasa luz del ocaso, el ruido o el relucir de un arma, los confederados seguían disparando. Por fin, hacia las 11 de la noche y amparados ya en una total oscuridad, varios refuerzos consiguieron llegar a la posición del 69º y les ayudaron a retirarse. Otros muchos no tuvieron tanta suerte y sufrieron el frío de diciembre mientras se desangraban lentamente, gritando de desesperación.

La noche del 14 de diciembre, bajo una espectacular aurora boreal inusual en esas latitudes, el Ejército del Potomac volvió a cruzar el Rappahannock. El 69º había perdido a 19 hombres y a 5 oficiales, además de 27 heridos y 2 prisioneros. Ahora sí, podían ya por fin acuartelarse y esperar la siguiente campaña. Pocas semanas después, Burnside sería destituido del mando.

Durante año y medio, aquellos inmigrantes e hijos de inmigrantes, despreciados e insultados por sus compatriotas, habían luchado duramente por su país y pagado un alto precio. Nada sin embargo les podía permitir adivinar que en 1863 estarían en el lugar en el que se decidiría el destino de la Unión. El futuro del país iba a estar en manos de unos irlandeses.

Continuará…


Fotografías: J.L. Martín