A primeros de mayo de 1990 la aún República Socialista de Croacia, miembro de la Federación Yugoslava, celebraba sus primeras elecciones libres que daban la victoria al partido pro-independencia de Franjo Tudjman. Comenzaba la siguiente fase de un proceso que se había iniciado unos años antes cuando, ante la toma del poder en Serbia por parte de Slobodan Milosevic con un discurso recentralizador y panserbio, buena parte de las repúblicas yugoslavas decidieron que debían seguir caminos separados.

En los meses siguientes, Croacia llevó a cabo una serie de reformas y cambios que preparaban el terreno para la creación de un Estado. Pero no toda la población estaba de acuerdo con el camino seguido. La sustancial minoría serbia de Croacia, empujada por la propaganda del gobierno y la prensa de la República de Serbia, que decía que Croacia se preparaba para recrear el Estado títere de los nazis que existió de 1941 a 1945, decidió proclamar su propia república independiente de Croacia, en una franja de territorio que «abrazaba» la frontera con Bosnia más un enclave aislado en Eslovenia Oriental, el extremo del territorio croata que hace frontera con Serbia.

La república, no reconocida internacionalmente, fue bautizada como Krajina, intentando así establecer un vínculo histórico con la Frontera Militar Austriaca, un territorio administrado desde Viena para proteger la frontera con el Imperio Otomano y poblado en su mayor parte por serbios.

Lo que empieza como bromas de repúblicas de feria irónicas para combatir el nacionalismo puede acabar tomando un cariz muy grave porque al final siempre habrá algún cretino que se lo tome en serio. Entre el verano de 1990 y la primavera de 1991 se sucedieron continuos incidentes entre Krajina y la policía croata y el prototipo de ejército croata que se estaba formando.

Los serbios de Krajina lograron hacerse con un control efectivo de su territorio, gracias sobre todo al nada disimulado apoyo material del Ejército Federal Yugoslavo, que para entonces había llevado a cabo una rápida transformación en un ejército realmente serbio al partir sus efectivos y oficiales de otras repúblicas a sus lugares de origen.

El 19 de mayo de 1991 Croacia celebraba su referéndum de independencia, boicoteado por los serbios, y cuyo resultado fue un apoyo masivo a la independencia. El 25 de junio de 1991 Croacia anunciaba que rompía todos sus vínculos con Yugoslavia.

A instancias de la Comunidad Económica Europea, a continuación, anunció una moratoria de 3 meses en la implementación de la independencia a cambio de la promesa europea de actuar para evitar una guerra civil. Lo cierto es que la guerra civil ya había empezado. Y como era de esperar, la moratoria solo sirvió para que Europa siguiera mirando, para que los serbios de Krajina se siguieran armando y para que la posición croata fuera cada vez más débil.

Mientras tanto, lejos, muy lejos del territorio que la nueva República de Croacia podía controlar efectivamente y cerca –demasiado cerca de Serbia, tan cerca que solo había que cruzar el Danubio–, se alzaba una ciudad que se convertiría en el símbolo de la guerra de independencia de Croacia y que marcaría el camino de horror y atrocidades que veríamos en nuestros televisores en los años venideros: Vukovar.

Vukovar era, por su ubicación y circunstancias, un objetivo perfecto tanto para los serbios de Croacia como para Milosevic. Un objetivo fácil que podría paliar la humillación sufrida por el Ejército Federal Yugoslavo en Eslovenia, que en apenas 10 días consiguió evitar la invasión y afianzar su independencia. A lo largo del verano de 1991 el Ejército Federal fue tomando posiciones y en agosto se lanzó una ofensiva total.

El Ejército se encontraba con dos problemas: como buen ejército de Europa Oriental, estaba entrenado para batallas de tanques en campo abierto y las calles estrechas de Vukovar eran exactamente lo contrario. Para una batalla de este tipo hacía falta un buen contingente de infantería, pero aquí venía el segundo problema: en Yugoslavia había servicio militar, con lo que la gran mayoría de la tropa eran reclutas.

Y para entonces ningún joven croata, esloveno o bosnio en edad militar iba a acudir a la llamada de reclutamiento. Y no solo eso: honra decir que miles de jóvenes serbios se negaron también. Algunos vivieron escondidos durante años, decenas de miles huyeron al extranjero y otros no dudaron en organizar revueltas en sus pueblos para evitar el reclutamiento. Que queden en nuestra memoria también esos jóvenes de 18-19 años que estuvieron dispuestos a exiliarse y tener que buscarse la vida en el extranjero solos porque no querían tomar parte en la carnicería.

Aunque esto tuvo un efecto perverso: a falta de infantería regular, Yugoslavia recurrió a los grupos paramilitares serbios que se habían organizado desde meses antes. El de más infame memoria, los «Tigres de Arkan», comandado por Zeljko Raznatovic, Arkan, criminal entonces ya con una larga carrera en Yugoslavia y Europa y hooligan del Estrella Roja del Belgrado, de cuyos hinchas vendrían buena parte de los Tigres.

Y el resultado no se hizo esperar: poco a poco y gracias a la estrategia de terror de los paramilitares, que asesinaban y violaban impunemente, se fue estrechando el cerco de Vukovar, a pesar de la enconada resistencia croata. El 1 de octubre la ciudad quedaba totalmente cercada.

Los serbios no iban a arriesgarse a entrar casa por casa para tomar la ciudad, así que se sometió a Vukovar a un continuo bombardeo aéreo y artillero. Con unos 7000 proyectiles al día, la gente hizo lo que pudo para sobrevivir en sótanos. No había lugar seguro y, por supuesto, el hospital de Vukovar fue también un objetivo constante de ataques.

El 3 de noviembre los serbios conseguían dividir en dos a los defensores croatas, cada vez más diezmados y más escasos de munición. El 18 de noviembre se rendían los últimos soldados que aún combatían. Vukovar estaba en manos serbias y había quedado completamente arrasada.

Y lo peor estaba por llegar.

El paso siguiente de los serbios fue llevar a cabo la expulsión de la población croata de la ciudad. 20 mil personas subieron con lo puesto a autobuses y fueron llevados a territorio controlado por el gobierno de Croacia. Quedaba por resolver la cuestión del hospital.

Hacia el final de la batalla, en el hospital de Vukovar había unas 450 personas, tanto civiles como combatientes croatas. La Cruz Roja, representantes de la CEE, el gobierno croata y el Ejército Yugoslavo negociaron el 18 de noviembre la evacuación. El 19 de noviembre un representante de la Cruz Roja trató de llegar al hospital, pero el Ejército Yugoslavo se lo impidió.

Esquivando los controles, tanto él como una periodista francesa lograron llegar al hospital y anunciando que tenían una cita con «un general yugoslavo», les dejaron pasar. En el interior se encontraban todavía los pacientes y la periodista francesa incluso consiguió entrevistar a uno de ellos, un compatriota, Jean-Michel Nicolier, que en verano había viajado a Croacia para alistarse y luchar por la independencia de Croacia. Poco después el representante de la Cruz Roja y la periodista se marcharon temiendo que se descubriera su estratagema.

El 20 de noviembre un convoy de la Cruz Roja se puso en marcha, pero se encontró el acceso al hospital bloqueado por un blindado. Mientras el convoy era retenido, por el otro lado los serbios sacaron a los pacientes, separaron a los 261 hombres que había, incluido Jean-Michel Nicolier, los subieron a autobuses y los trasladaron a un cuartel. Terminada la evacuación, los serbios anunciaron a la Cruz Roja que las condiciones habían cambiado y que el 22 de noviembre entregarían a los pacientes en el norte de Bosnia.

Tras dos horas en el cuartel, los hombres fueron trasladados a una granja en un pueblo a las afueras, Ovcara. Durante horas fueron golpeados, maltratados e insultados. A continuación, la Policía Militar Yugoslava se marchó y dejó a los hombres en manos de los paramilitares. A las 18:00 dividieron a los hombres en grupos de 10 a 20 y empezaron a llevárselos grupo a grupo en un camión hacia un bosque cercano. Allí fueron ejecutados y enterrados en una fosa común.

Los serbios habían triunfado en Vukovar y habían conseguido mantener el control sobre Krajina, pero su plan de acabar con la independencia de Croacia había fracasado estrepitosamente. Pocas semanas después de la caída de Vukovar se declaraba un alto el fuego en toda Croacia y comenzaba el goteo de reconocimientos internacionales de la independencia.

Croacia ya era libre, aunque con parte de su territorio perdido y amenazando su futuro. En 1995 la situación quedaba resuelta con una ofensiva que en pocos días borró del mapa Krajina, provocando el éxodo de la población serbia.

Vukovar aún permanecería tres años más en manos serbias debido a un acuerdo por el que se reintegraría gradualmente a Croacia. En esos tres años se pudo por fin abrir la fosa común de Ovcara, conocida desde 1992 pero vedada a la comunidad internacional por las autoridades serbias, ayudadas de cascos azules rusos destinados en la zona.

Años más tarde, la gran mayoría de responsables de la masacre fueron juzgados, tanto en el Tribunal Penal Internacional como en Serbia. La justicia llegó tarde para las víctimas, pero al menos por una vez se hizo alguna justicia.