Ibrahim Bah es de Guinea-Conakry y ahora vive en Algeciras. Llegó en patera, tras atravesar medio continente africano, el desierto del Sahara y el Mar de Alborán. Un resumen de su historia puede leerse en El País semanal del domingo 7 de agosto de 2022.


Ibrahim nos habla de los límites de la humanidad cuando llega el dilema de luchar la propia supervivencia o ayudar al otro. Nos cuenta como él, miembro de la clase adinerada, terminó en la cárcel por opositor al régimen, y como, tras salir, tuvo que marcharse del país. Nos cuenta cosas sobre las mafias de la migración. Las de trata de personas, las de las pateras, y las de las ONG españolas, que dicen querer ayudar, pero que no les dejan luchar, ya que «creen que tienen que guiarnos».


Ibrahim hace autocrítica cuando reconoce que en África siguen sin hacerse responsables de su propia situación. Recuerda que fueron los mismos africanos quienes abrieron la puerta a los europeos. Nos dice que «vendimos nuestros hijos como esclavos a América», que luego viajaron por millones, hacinados
en pateras gigantes llamadas “barcos de esclavistas”. Justo después nos dice que «no creía que el ser humano era capaz de meter 75 personas en una patera». El humano que lo hizo, dice Ibrahim, era paisano suyo.


No puedo dejar de pensar dos cosas. La primera es un “pero, ¿¡en que quedamos!?”, la segunda es el recuerdo de cuando el ser humano metió entre seis y nueve millones de personas en hornos. Millones de vecinos que vivían en la casa de al lado, que hablaban el mismo idioma y vestían las mismas ropas.
Ibrahim estudiaba derecho, ahora trabaja de camarero y quiere llegar a ser abogado y activista en pro de los derechos de los migrantes. Y nos señala el racismo que existe en España. “—¿España es un país racista? — Sí. Más que Francia o Bélgica. Allí yo vi a negros que conducían los trenes o iban en un cochecaro con traje. ¿Tú has visto a un negro con traje en España? Yo no lo he visto ni en Madrid”. Ibrahim nos retrotrae al colonialismo. Si además de a Francia y a Bélgica, hubiera viajado al Reino Unido, habría visto negros —y a negras— en traje, en el Parlamento, haciendo las leyes del país.


El colonialismo fue una mierda. Y la descolonización, en algunos casos, se hizo todo lo mal que se supo, e incluso peor. Podría decirse que, en algunos casos, todavía no ha terminado. Ibrahim apunta a alguno de esos casos: ¡ni en Madrid, capital metropolitana, hay negros en traje! Ibrahim, por mil razones, desconoce muchas cosas de Europa y de España —de la misma forma que tu y yo las desconocemos de Guinea-Conakry—. En Madrid, y en Sevilla, ya hace tiempo que no hay negros en traje.


Ibrahim responde todas esas columnas de prensa recientes, que se preguntan “pa cuando” negros —y moras— en sitios de responsabilidad. ¿Cuándo tendremos negros —o moros, o chinas, o americanos del sur que no sean blanquitos…— conduciendo trenes, o subsecretarias de estado, o incluso en un
ministerio?


No lo sé, Ibrahim. No tengo ni idea de cuando dejaremos de tratar como un inferior a quien llega de donde no nos gusta —o que tiene un tono de piel no común—. Más aún habiendo sufrido nosotros lo mismo, cuando los españoles fueron a Alemania en los sesenta —o cuando mis pares generacionales se fueron al Reino Unido y, por españoles, hasta los pakistaníes les tratan de imbéciles y drogadictos–. No sé cuando dejaremos de tratar a los negros con títulos universitarios como campesinos. Sí que intuía que, como nos cuentas, las ONG que os “ayudan” lo hacen por algo: paternalismo. Os ayudan a ser buenos inmigrantes, y no a poder dejar de serlo. Porque si dejáis de ser
inmigrantes, se les acaba el chollo.


Nos llenamos la boca con la tradición judeo-cristiana, pero obviamos el mandamiento más repetido: “No oprimirás al extranjero, porque fuiste extranjero en Egipto”. Europa es un fraude, Ibrahim. Nosotros preferimos mirar hacia otro lado, y tú lo vas a ir descubriendo poco a poco.


Gracias por contar tu historia porque creo que nos puede ayudar a mirar hacia dentro. Porque quizá aún nos puede la pulsión, que es una pulsión muy humana, que nos hace confiar más en aquel que es como nosotros, y desconfiar del que es diferente. Algún día, Ibrahim. Algún día cambiaremos.