Existen pocas cosas más provincianas que los catalanes comentando el tema del pan con tomate en Madrid. Y estando en Madrid, existen muchos lugares que visitar dignos de entrar en el Templo de la Gastronomía y situar encima de su Altar, todo en mayúsculas. Lo de ponerlo encima del altar es para poder sacrificarlo debidamente.

Hoy hablaremos de gastronomía en minúsculas, de pan con tomate y de apropiación cultural. Exacto. Hablaremos del sitio aquel de brunches en Augusto Figueroa. ¿Cómo? ¿Qué no sabéis nada de él? ¿Con lo céntrico que está? Vaya… Seguramente sea porque es otro sitio más, sin ningún tipo de hecho diferencial que lo separe de los otros millares de sitios que hacen más o menos lo mismo. Aunque bueno… tanto la oferta de carta como lo que te llega en el plato es un poco cutre y escaso.

Como el 90% de los bares actualeslos platos, los cubiertos y la cristalería están comprados en esa gran multinacional de muebles que te montas en tu casa. La decoración por tanto es minimalista, de tonos claros y beige. Y los trabajadores, menos el dueño, van con uniforme de mandil de cuerpo entero. Como si estuvieras en un jardín, sentado en unas mesitas cuquis, y como si los camareros fueran en realidad jardineros. Esperemos que se pongan guantes y sobre todo que se laven las manos después de trasplantar los geranios.

La carta y disponibilidad yantárica, un primor multicultural: bollería dulce y galletas de esas de las pelis, con pepitas de chocolate. Y luego, “lo salado”. Básicamente son 4 opciones de huevos revueltos: simple, o con jamón, o con beicon, o con otra cosa de la que no nos acordamos, pero es cerdo seguro. Lomo, o algo así. Creemos recordar que la carta incluía alguna cosa más, pero tampoco nos esforzamos demasiado. 

La presentación es sencilla y simple en todos los casos. El revuelto y dos tostadas de pan. Una de pan “normal” y otra de pan “diferente”. Con semillas, integral, etc. Y junto a esas dos cosas un botecito de cristal de yogur con lo que en España se ha venido a llamar “el tumaca”, es decir, un pegote de tomate rallado. El aceite, por lo de la directiva europea, se sirve aparte, en un recipiente de plástico de un solo uso.

El tema es que el tomate rallado que te sirven en el sitio este no tiene color de tomate. Es de color naranja, exactamente el mismo que el tono de piel del expresidente gringo. Por eso, su humilde servidor ha bautizado la mezcla como “Trumpmate” o “Trumpmaca”.

Sospechamos que se trata de alguna cosa comprada y no es simplemente que en el local compren tomates y los pasen por la licuadora, ya que en nuestro periplo por locales capitalinos hemos advertido hasta tres sitios con la misma tonalidad.

Del resto de la experiencia tampoco vale la pena hablar mucho, puesto que como dijimos, es otro local más de brunches, situado en los aledaños del centro de una ciudad, adornado con atrezzo falsamente ajado, de colores blanco y beige, sin nada que aporte ninguna diferencia. A no ser por la simpleza de su carta. Ah, y de precio, nada grave. Desayuno para dos, con dos cafés con leche añadidos y una galleta, 15 €. Si vas con prisas y no tienes nada más a mano, te renta.