El bocadillo “¿de queso y ya está?”


Si algo es digno de admirar de la oferta gastronómica madrileña, al menos para la catalanidad que flipa cuando viaja a la Villa, es la variedad casi inaguantable de cosas raras. ¿Verdad que sí?


Listas y listas interminables, con mil y una combinaciones de cortes de carne, de partes de varios animales y de sus sub productos. Sin duda, la amplitud de cartas causaría un par de paralises a nuestro pariente, que siempre se desvive por la simpleza y el feng-shui.


Porque la simpleza y el feng-shui también deberían reinar en las cocinas y barras. Cosas fáciles. Tiki-taka, pases cortos y a barraca. O algo. Es una sensación que uno descubre al visitar el bar en la plaza aquella, en Malasaña, y fardar de «fet diferencial».


Y ejque no nos referimos a recitar lo de «y el pan con tumàte, eh? Por favòrt». Nos referimos a la osadía de pedir algo fuera de carta. Algo que causa a los camareros un tic en el ojo. Un sudor frío. Un rechinar de dientes. Algo tan herético y que cause tensión, como un bocadillo de queso. Algo que provoque que el camarero deba avisarnos que «esto tengo que preguntarlo en cocina», seguido de un «¿con queso y ya está?» al volver.


No un «¿curado o semi?», no. «¿Con queso y ya está?». Así, a bocajarro. Pero no está, no. La sorpresa continúa en forma de bollito pequeño –más grande que una «pulga» pero menos que «medio bocadillo» para los lectores que usen el sistema métrico barcelonés–, con dos cortes de queso «y ya está», pasado ligeramente por la plancha, y sujeto todo con un palillo de los de brocheta.


Hacemos hincapié en lo de «y ya está», porque no se acompaña del ya típico botecito de Trumpmaca para untar el pan. Mira… al final va a resultar que lo de la simpleza y la sencillez… pues sí que era verdaz…

Imagen simulada de bocata de queso imposible de producir en la vida real