Si vamos a Venecia y dejamos atrás La Laguna, atravesaremos la llanura veneciana, sin apenas accidentes geográficos. Pasando Vicenza y Schio, el paisaje cambia de repente y nos encontramos con una escarpada aunque no muy elevada cadena de montañas. La carretera SP349 escala, curva a curva, estas montañas hasta que finalmente se llega a una verde y apacible altiplanicie, el Altipiano dei Sette Comuni, el Altiplano de los Siete Municipios.

Continuando rumbo norte, esta altiplanicie queda limitada por una cadena de montañas, entre ellas el Monte Ortigara. Desde este lado su ladera no es muy alta, bastante más abrupta por su cara norte. Es una montaña algo árida, con un aspecto que la emparenta más con el Carso, que se encuentra entre Italia y Eslovenia, que con las Dolomitas que se alzan detrás suyo, más al norte.

Las rocas desnudas y la escasa vegetación no ayudan a hacerla menos modesta. Pero al ir subiendo hacia la cumbre, se van viendo señales de que aquí ocurrió algo. Restos de trincheras. Hierros oxidados, alambre de espino, casquillos de munición. Algún trozo de uniforme desgastado, a veces incluso algún hueso humano. Y en la cumbre, un memorial.

Los mudos restos que hablan de una de las peores y más olvidadas tragedias de un olvidado frente de la Primera Guerra Mundial. Las señales de una de las más absurdas, inútiles y crueles masacres de la Gran Guerra: la Batalla del Monte Ortigara.

A pesar de que Italia formaba la Triple Alianza con Alemania y Austria-Hungría, en 1914 decidió no unirse a las Potencias Centrales en la guerra alegando que la alianza era defensiva y Austria-Hungría había cometido una agresión.

Los motivos de fondo se venían gestando desde años atrás: Italia se había ido acercando en secreto a los Aliados al ver que los territorios que ansiaba, en manos del Imperio Austro-Húngaro, jamás le serían concedidos por este.

Durante un año, Italia regateó miserablemente con la opción de entrar en la guerra o mantenerse neutral, esperando los movimientos del mejor postor. Los triunfadores acabaron siendo los Aliados y así, el 24 de mayo de 1915, la artillería italiana abría fuego contra las posiciones austriacas en Cervignano del Friuli.

Se abría un frente increíblemente absurdo por las dificultades geográficas que implicaba, en su mayor parte a lo largo de la frontera alpina que separaba ambos países, un frente en el que a las muertes por combate se unirían avalanchas, frío y despeñamientos.

Los esfuerzos italianos se centraron en principio en la zona más practicable del frente, el río Isonzo. Al igual que en el Frente Occidental, lo que iba a ser una guerra de movimientos se convirtió con rapidez en una guerra de trincheras sin avances.

El empate lo trataron de resolver los austro húngaros en 1916 atacando donde menos se esperaba, en el Trentino, con la ofensiva llamada Strafexpedition (“Expedición de castigo”). La rápida toma del Altiplano fue contestada por los italianos, que pudieron recuperar una parte, pero no la zona completa del Monte Ortigara.

A principios de 1917 Mambretti, el comandante en jefe del 6º ejército, en el sector italiano del Altiplano, escribió una carta al comandante del Estado Mayor italiano, Luigi Cadorna, indicando que era hora de recuperar la parte del Trentino aún en manos de los austriacos. Disponían de una posición de ventaja que les podía permitir volver a atacar el Altiplano y desde ahí seguir avanzando para atacar la retaguardia del frente del Isonzo.

Cadorna autorizó a finales de febrero la elaboración de un plan. La táctica sería la habitual del ejército italiano que estaba costando tanta sangre: asalto frontal sin importar lo que hubiera delante. El plan recibiría el nombre de “Hipótesis Defensiva Uno” para tratar de ocultar a los austriacos las verdaderas intenciones.

A finales de mayo los planes estaban listos. El ataque se fijó para el 20 de junio. Mambretti dispondría de 200 mil hombres y 100 mil reservas. En el apartado de artillería, los italianos dispondrían de 430 cañones y 220 morteros, la mayor concentración de artillería en este frente hasta el momento.

Se llevaría a cabo una “acción principal” en un frente de 14 km entre el que estaba el Monte Ortigara, así como dos acciones complementarias para atacar flancos del frente y distraer efectivos austriacos de la acción principal.

El ataque al Monte Ortigara sería responsabilidad del XX Cuerpo del general Luca Montuori, formado por la 29ª División de Infantería y la 52ª División de Infantería, con sus 18 batallones de los famosos Alpini, el cuerpo de élite de montaña del ejército italiano.

Los intentos de no revelar información a las fuerzas austriacas fueron bastante infructuosos. El Ejército Austro-Húngaro fue capaz de detectar rápidamente que se preparaba una ofensiva y calcular con precisión las fuerzas italianas presentes. Si las perspectivas italianas ante un ataque frontal subiendo la ladera de una montaña ya eran dudosas, con los austriacos sobre aviso y preparados, pasaban a ser pésimas.

Y la situación no iba a hacer más que empeorar. Los austriacos lanzaron una ofensiva en el frente del Carso. Mambretti decidió adelantar la fecha del ataque al 9 de junio para poder ayudar a aliviar la situación en este frente. El 7 de junio gigantescas tormentas de verano barrían el Altiplano y complicaban el estado del terreno.

Por si no había suficiente, un accidente se llevaría por delante las vidas de varios soldados italianos sin ni siquiera haber comenzado la batalla. El 8 de junio un batallón del 145º Regimiento de Infantería Catania llevó a cabo una inspección del terreno que tendrían que atacar al día siguiente, la “lunetta” del Monte Zebio, una cumbre al sur del Monte Ortigara en la que el avance se veía impedido por una pared de roca de unos 7 metros.

El ejército italiano había excavado en los días anteriores un túnel para colocar bajo las rocas una mina de unos 2000 kilogramos de TNT que tenía que ser detonada justo antes del ataque, con el fin de abrir una brecha que permitiera avanzar. El batallón no había hecho más que llegar a la zona cuando la mina, mal preparada, explotó, abriendo un cráter de 35 metros de diámetro. 130 soldados italianos morían en la explosión.

Para entonces el ataque austriaco en el Carso ya había aflojado, así que Mambretti podría haber vuelto a la fecha del 20 de junio para recomponer la situación y dejar que el terreno mejorara. Sin embargo, decidió seguir adelante con el plan simplemente posponiendo el ataque a un día más tarde del previsto, el 10.

El 10 de junio amaneció con nubes bajas que dificultaban la visibilidad. Toda la enorme cantidad de artillería era ahora inútil ya que era imposible disparar con la precisión necesaria para destruir las defensas austriacas.

Asimismo los austriacos habían adoptado la táctica del Frente Occidental que tan buen resultado había dado a los alemanes: construir profundos búnqueres en los que refugiarse mientras disparara la artillería enemiga, para volver a las trincheras con todos los hombres indemnes en cuanto ésta acabara.

A las 5:15 se iniciaba el bombardeo. Estaba previsto que durara 2 horas y media y que la infantería atacara hacia las 7:40, pero debido a las dificultades para bombardear con precisión, se decidió alargar.

Entre las 11 y las 13:30 se hizo una pausa para poder examinar las posiciones y determinar los daños causados. Eran escasos. Buena parte de las alambradas austriacas estaban intactas y no se veían apenas brechas en las líneas enemigas.

El General Montuori se dio cuenta de las implicaciones de esta situación y pidió retrasar el ataque. Mambretti se negó y dio orden de continuar el bombardeo hasta las 15 horas, la nueva hora fijada para el ataque de la infantería. Los errores de cálculo en el bombardeo hicieron que la Brigada Sassari recibiera impactos de la artillería italiana, causando numerosas bajas.

A las 15 horas los hombres del XX Cuerpo salían de sus trincheras y se lanzaban al ataque ladera arriba por el terreno enfangado que habían dejado las lluvias, mientras el resto de brigadas lanzaban sus ataques sobre las posiciones al sur y al este del monte.

El desastre fue absoluto. Tras cruzar la tierra de nadie bajo un fuego austriaco que en algunos batallones provocó un 70% de bajas, los supervivientes se encontraron ante el alambre espino intacto y las ametralladoras austriacas. No había manera de avanzar.

Los soldados se atrincheraron como pudieron entre las rocas, haciéndose los muertos. Y ni siquiera podían contar del todo con la protección de las rocas. Otra particularidad del Frente Alpino es que la roca que te protegía también podía matarte. Podía hacer rebotar una bala que te había pasado de cerca y hacer que te acabara dando. O un impacto de artillería podía hacerla pedazos y lanzar volando en todas direcciones esquirlas afiladas.

Y así pasaron la noche, con los austriacos lanzando una bengala tras otra para que nadie pudiera aprovecharse de la oscuridad, esperando la orden de retirada, que habría sido lo más lógico y humano.

El 11 de junio volvió a amanecer nublado. Lo que era lluvia en el Altiplano, en las cumbres pasó a ser nieve. Cadorna llegó después de la hora del almuerzo, tranquilo, como si nada grave ocurriera. Habló con Mambretti y ambos decidieron que las “pequeñas dificultades” del día anterior se investigarían, y que si se podían superar, se volvería a lanzar la ofensiva. No habría orden de retirada.

Ahora quiero que hagáis un experimento. Imaginad que estáis en la ladera del Monte Ortigara. Montaos un parapeto para proteger vuestro cuerpo, por ejemplo con una silla y tumbaos protegidos por ese parapeto. Permaneced inmóviles, tened en cuenta que si alguna parte de vuestro cuerpo sobresale del parapeto, recibiréis un balazo. O si os ven moveros, una granada de mortero irá en dirección vuestra. Quedaos unos 5 o 10 minutos y luego volved para seguir leyendo.

¿Ha sido incómodo? Seguramente sí, y eso que no estabais al aire libre, tumbados en un suelo mojado y con todo el pánico de la situación de una batalla.

¿Y si tuvierais que permanecer durante ocho días en vuestro parapeto?

Porque esta fue la situación que acabaron viviendo los supervivientes de la carga ladera arriba. Ocho días pegados a unas rocas, tratando de moverse lo menos posible. Helados de frío, con la ropa empapada por el terreno mojado, la lluvia y nieve, aunque éstas al menos proporcionaban agua. Con las pocas provisiones que llevaban encima. Haciéndose sus necesidades encima. Pensando que en cualquier momento llegará la orden de retirarse y así pasa una hora tras otra, tras otra…

Los austriacos además no se quedaron simplemente observando la situación. La madrugada del 15 de junio lanzaron un intenso fuego artillero sobre los italianos y a continuación un ataque con infantería. Sorprendentemente, los agotados soldados del XX Cuerpo lograron repeler el ataque.

El 18 de junio por fin amaneció despejado, la artillería pudo actuar y despejar vías y con unas fuerzas que es casi imposible entender de dónde las sacaron, los hombres del XX Cuerpo volvieron al ataque. Al día siguiente, los Alpini de la 52ª División conseguían por fin alcanzar la cumbre del Monte Ortigara, a 2105 metros de altitud, a golpe de cuchillo y bayoneta, capturando mil prisioneros y varios cañones. El ataque apenas había requerido cuarenta y cinco minutos.

Ante ellos tenían la siguiente cumbre, Monte Campigoletti, 2092 metros. Los austriacos aún no se habían recompuesto. Después de Monte Campigoletti, Top Portule, 2310 metros y el control completo del Altiplano, el objetivo final de la batalla. Pero los hombres del XX Cuerpo ya no tenían fuerzas para continuar. El tímido ataque contra Campigoletti fue frenado a tiempo por los austriacos. Los italianos se resignaron y se atrincheraron en la cumbre del Ortigara.

Ahora eran los austriacos los que pasaban a la ofensiva nuevamente. Durante días los Alpini sufrieron constantes bombardeos y contraataques. Finalmente, la madrugada del 25 de junio tropas de asalto austriacas recuperaron la cumbre a base de ataques con gas y lanzallamas.

En lugar de ordenar una retirada general, Mambretti decidió repetir los ataques de una semana antes, aunque por supuesto en condiciones morales y materiales mucho peores. No se consiguió nada más que aumentar el número de bajas italianas.

Finalmente Mambretti tuvo que dar su brazo a torcer y la noche del 29 ordenó la retirada. Para entonces había 25199 bajas italianas en un frente de tres kilómetros y no se había conseguido absolutamente nada. 69 oficiales muertos, 716 heridos y 98 desaparecidos. 2696 soldados muertos, 16018 heridos y 5502 desaparecidos.

Un capitán de los Alpini, Paolo Monelli, dejó escritas sus sensaciones en el momento en el que acabó el último bombardeo austriaco:

Se extiende un gran silencio… Y después se oyen los gemidos de los heridos. Y después vuelve el silencio. Y la montaña se mantiene infinitamente taciturna, como un mundo muerto, con sus campos nevados manchados, los cráteres causados por la artillería, los pinos quemados. Pero el aliento de la batalla lo penetra todo. Una peste a excrementos y cadáveres.

El Estado Mayor Italiano trató de ocultar la magnitud del desastre, pidiendo favores a la prensa para ocultar el número de bajas e impidiendo la publicación de un informe del Gobierno. A pesar de admitir en privado que la batalla había sido un desastre, Cadorna cargó las culpas en los soldados.

La infantería, según él, no atacó como debía haberlo hecho, los soldados no tenían fe ni empuje. Aquellos soldados que se habían sacrificado inútilmente, muchos de ellos hijos de los pueblos del Altipiano, tendrían además que sufrir durante años la ignominia de ser tratados de cobardes y débiles y el intento de las autoridades de ocultar su desgracia y su dolor.

La memoria popular en cambio nunca olvida. Y en sus canciones fueron inmortalizados para siempre.

Venti giorni sull’Ortigara
senza il cambio per dismontà;
ta pum ta pum ta pum

Con la testa pien de peoci
senza rancio da consumar
ta pum ta pum ta pum

Quando poi ti discendi al piano
battaglione non hai più soldà;
ta pum ta pum ta pum

Dietro al ponte c’è un cimitero
cimitero di noi soldà;
ta pum ta pum ta pum

Quando sei dietro a quel muretto
soldatino non puoi più parlar
ta pum ta pum ta pum

Cimitero di noi soldati
forse un giorno ti vengo a trovà;
ta pum ta pum ta pum