La cámara se aproxima a la ducha. El pequeño dron maniobra para coger la mejor perspectiva. Activa sus mecanismos antiniebla. Encara el zoom. Se detiene a unos centímetros del objetivo.

James deja el dron suspendido y se acerca a la pantalla. Está sorprendido. Le ha parecido que el hombre de la ducha ha entrado con calcetines. Unos gruesos calcetines blancos, como de deporte. James gira bruscamente su silla, haciendo caer un montón de papeles y un bolígrafo. Teclea rápida y expertamente y se acerca a otra pantalla. Ha ampliado la imagen. Efectivamente, el hombre calza calcetines.

James vuelve a la pantalla de la izquierda. El hombre se está enjabonando el cuerpo. Se ducha como cualquier otra persona. O eso le parece a James, puesto que el hombre se enjabona, carraspea, se pasa agua por el cuerpo, se rasca, se toca la nariz, se enjabona más o menos todo el cuerpo y el cabello. Excepto los pies.

El hombre sale de la ducha. James vuelve al control del dron y se sitúa en un ángulo nuevo, fuera de la ducha. Simultáneamente manda un mensaje a Carol: «Creo que tengo algo. Saludos.»

James manda una señal al dron para ampliar la imagen. El hombre se está quitando los calcetines empapados. Lo hace con sumo cuidado. James se pone en tensión. Por su cabeza pasan imágenes de sirenas, de peces espada, de tortugas, de garras.

Aparece un pie humano normal. El cerebro de James contraataca con todo tipo de deformaciones. Bueno, todo tipo no. No hay en el imaginario de James pies deformados. Jamás ha visto uno. Pero él ve deformaciones. El hombre se saca el segundo calcetín. Otro pie normal.

– ¿Qué tienes? – Le dice Carol, que acaba de entrar.
-Espera, espera. Ahora te lo explico, un momento.- Replica James.

El hombre introduce el pie derecho en el bidé. Lo lava con suavidad, con el mismo gel que ha usado en la ducha. Lo saca, y sin secarlo, introduce el pie izquierdo, con el que hace la misma operación. Se sienta en la taza del váter. Quizá por eso se tira un pedo. Carol hace una mueca de asco. James lo deduce y no la mira. No todavía. Algo raro tiene que hacer el tipo, piensa. Joder, se ha duchado con los jodidos calcetines puestos.

– Un tío que se lava los pies. ¿Para esto me has llamado? – Carol no parece estar a gusto.

James le enseña el video de la ducha. El proceso entero.

– ¿Y esto es todo? Se los habrá olvidado.
– Pero si luego se los ha quitado y se ha lavado los pies con suavidad. – protesta James, que hace tiempo que no consigue despertar el más mínimo interés en su jefa.
– No sé James…

En ese momento, la radio de James vibra con un agudo y desagradable grito:

– Gooooooooooool!

Carol frunce el ceño, pero tiene prisa. El cubículo de James, y el propio James, le dan grima. Igualmente piensa que la secuencia, bien etiquetada, puede tener su gracia. Así que le gruñe a James:

– Súbelo al canal 2. Titula: «Las Excentricidades de un futbolista de élite. ¿Podrías reconocerlo?». En fin, ya sabes James, haz como que sabemos quién es, genera un poco de curiosidad.

Carol cierra la puerta con un ruido excesivo, piensa James.

James vuelve a pensar. ¿Futbolista de élite? ¿Con esos calcetines blancos gruesos? James no ve la relación entre la escena de la ducha y un futbolista famoso. Pero no le pagan por pensar y obedece.

Los dos siguientes días transcurren de forma monocorde y con sus 24 horas habituales sin que pase nada digno de mención. Pero la mañana del tercero, sucede. Una entrevista a un famoso entrenador de fútbol. Una pregunta inocente:

– ¿Qué le parecen las excentricidades en los futbolistas? ¿Las tolera usted en su vestuario?
– [Respuesta de un entrenador de fútbol.]
– Dicen que su jugador estrella se ducha con los calcetines puestos. De hecho, corre un vídeo por Internet donde se le ve hacerlo. Bueno, se le ven los pies. ¿Qué tiene que decir?
– [Respuesta de un entrenador de fútbol.]

James ha visto la entrevista y procede a etiquetar el vídeo con el nombre del futbolista, del equipo, etc. Lo resube. Las visitas empiezan a aumentar.

Siguen unos días de locura. Lo que es conocido como un “vídeo viral”. Parece muy poca cosa que un entrevistador haya sacado el tema por televisión. Además, en el vídeo ya se ve que es en un hogar. Esos pies tanto pueden ser de un futbolista como de un pianista.

De todas formas, la importancia que los usuarios le dan a las imágenes no es tanto por ser supuestamente un jugador de fútbol, sino por el hecho en sí.

Hay legiones de personas, cientos, que expresan que eso no tiene nada de raro. Que los pies hay que cuidarlos. Que no es bueno que a los pies les caiga la mierda de todo el cuerpo. Que los calcetines, total, hay que lavarlos igual. Que el bidé hace tiempo que se usa más para los pies que para las partes pudendas. Que es lógico que alguien que vive de sus pies los cuide.

Los debates se suceden. Vídeos manipulados aparecen. El futbolista supuestamente cazado con la excentricidad está harto de defenderse. Que en su vida ha hecho cosa igual. Y caso de hacerlo tampoco lo diría. Que qué pasa. ¿Qué si se ducha con los calcetines, hay algún problema? «¿Acaso no hay gente que folla con ellos puestos?», estalla un día.

Luego, un entrevistador le pregunta si no le ha molestado más la invasión de su intimidad.

– Que te graben en casa, sin permiso, es muy grave. Incluso un delito, le dice. O sea, no un delito que hayas hecho tú, no pienses en hacienda, sino un delito que han cometido contra ti.
– [Respuesta de jugador de fútbol estándar]

Las reproducciones del vídeo van de baja. No ha habido tiempo para que apareciera el gel especial para pies del futbolista, pero sí ha podido cerrar un par de anuncios de productos de higiene.

Mientras tanto, Abraham, el héroe anónimo de nuestro relato, recibe una llamada:

Ja ja ja ja – Ríe Sofía.
– Hola Sofía – Responde educadamente Abraham.
– ¿Cómo se te ocurre colgar un vídeo tuyo en la ducha en Internet? Te has hecho famoso. Bueno, tú no, tus pies. Ja ja ja ja. – Ríe Sofía.
– Espera que abro tu correo. – Responde educadamente Abraham.

Abraham mira el video. Entre sorprendido, alucinado y cabreado.

– ¿Has sido tú? – Le grita a Sofía.
-Ja ja ja ja ja. – Ríe Sofía.
– Me cago en la puta. Al menos podías haber subido uno con calcetines negros. Ya sabes que no soporto los blancos. Para una vez que me los he puesto. – Grita Abraham.
– ¡Oye! Que yo no he subido nada. Pensaba que lo habrías hecho tú. Espera… ¿Quieres decir que no lo has subido tú? ¿Y con quien te has desnudado en la ducha, cerdo mentiroso? – Ya no ríe, Sofía.
-¡Eh! ¡Que yo no me he duchado con nadie! ¿Estás loca? ¿Crees que me ducharía con alguien y subiría el video? ¿Y que tengo yo de deportista de élite? Jajajajajaja – Ríe Abraham.
– ¡Pues ya me explicaras como…! [Sigue retahíla de cabreo, reproches y cosas calladas que necesitaban una buena excusa para salir]. – Ya no ríe, Sofía.
– Sofía, piensa un poco. Solo me pongo los calcetines blancos para hacer deporte. Hago deporte 1 vez al semestre. Este vídeo tiene que ser del partido de pádel de hace tres jueves. Hablamos por teléfono ese día, ¿Te acuerdas?

Abraham, no puede quitarse de la cabeza que no deja de ser una suerte que le sacaran con los calcetines blancos, que los odia, pero que van bien para hacer deporte. Porque la excusa de los calcetines blancos le ha permitido superar la discusión con Sofía. Ha quedado muy convincente.

Aunque de hecho, piensa, cualquier cosa sería más creíble que la verdad. ¿Quién creería que se ha estado viendo con la mujer de un deportista famoso? ¿Y que, a ella, de nombre Isabella, le excita sobremanera que no se quite los calcetines ni en la ducha? Lo que Abraham no consigue recordar, es en qué momento se ha duchado en calcetines sin Isabella.

– Está bien cariño, yo también te quiero, nos vemos mañana.

Responde Abraham a Sofía, que había seguido hablando durante este periodo de meditación que Abraham ha decidido terminar, por falta de información.


Foto: Bluecollarman