El 5 de abril de 1794 entraba en la Place de la Concorde camino de su ejecución un grupo de 14 hombres. Uno de ellos, Philippe François Nazaire Fabre d’Églantine, murmuraba una y otra vez: «Esto es una injusticia. Se está cometiendo una injusticia conmigo». Sus protestas no iban a servir de nada.

Implicado en el escándalo de corrupción de la Compagnie française pour le commerce des Indes Orientales, había sido condenado a muerte junto al resto de Dantonistas que le acompañaban. Minutos después subía al cadalso y la guillotina hacía su trabajo.

El legado político de Fabre d’Églantine se esfumaría en las semanas siguientes, al igual que el de toda la Montaña. Su obra literaria en pocos años sería olvidada. Y su labor, que podría haber sido más trascendente y haber cambiado la manera en la que medimos el tiempo, solo sobreviviría unos pocos años más. Se trata del Calendario de la República Francesa.

La Revolución Francesa había llevado a cabo un cambio en el control del poder. La nueva República Francesa, proclamada en 1792 con un gobierno jacobino, debía pasar a reformar la sociedad y acomodarla al racionalismo estricto de sus ideólogos. Como dijo el político y matemático Gilbert Romme:

La Revolución ha llenado el espíritu de los franceses: cada día les forma en las virtudes republicanas. Los tiempos abren un nuevo libro en la Historia y en su nuevo curso, majestuoso y simple como la igualdad, hay que esculpir con un nuevo y vigoroso cincel los anales de una Francia regenerada. [Romme, Rapport sur l’ère républicaine]

 

 

Entre las muchas propuestas y reformas, una de las de mayor impacto en la vida diaria fue el paso al sistema decimal de las unidades de medida. Una de aquellas propuestas, el metro y las unidades derivadas de éste, logró superar las fronteras de Francia y aún sigue entre nosotros.

También se pasó al sistema decimal la moneda, medida que al cabo de los años consiguió asimismo triunfar en todo el mundo. Pero existió otra conversión al sistema decimal que aunque bien intencionada e inteligente, no tuvo ese éxito. Los jacobinos no tenían suficiente con medir las distancias y contar el dinero con un sistema decimal. El tiempo, la unidad de medida de las vidas de los ciudadanos, también tenía que ser racional. Era necesario un nuevo calendario.

Y no se trataba simplemente de conseguir un sistema racional que facilitara los cálculos. La medición del tiempo era una herramienta de poder. Controlar el tiempo suponía regular las costumbres y actividades de los ciudadanos: cuándo se podía hacer mercados, cuándo se hacían las cosechas… y cuándo se rezaba. Sin duda otro de los objetivos primordiales de la reforma del calendario era poner trabas a la liturgia católica, tan dependiente del calendario. De nuevo nos lo explica Romme:

En todos los pueblos el calendario ha sido un poderoso talismán que los sacerdotes siempre han usado con éxito para controlar la multitud de mentes débiles. Cada mes, cada día, cada hora llenaba su credulidad de nuevas mentiras. Le corresponde a la Francia de la nueva era hacer que el calendario sirva para difundir lo verdadero, lo justo y lo útil, para fomentar un amor al país y a todo lo que puede proporcionar prosperidad.
[Romme, Rapport sur l’ère républicaine]

El Comité de Salud Pública que presidía la República desde el golpe jacobino creó una comisión para la elaboración del calendario, presidida por Romme. Entre sus miembros, además de astrónomos y matemáticos como Lagrange (sí, el de los teoremas), también se incluyó al escritor Fabre d’Églantine para poder darle vida a la medida y que no fueran simples números y cálculos. Tras ser aprobado en 1793, se procedió a su inmediata aplicación.

Estos eran los principios seguidos por el Calendario Republicano:

El año comenzaba con el equinoccio de otoño observado desde París. Se fijaba el comienzo del calendario con la proclamación de la República Francesa, el 22 de septiembre de 1792 (que además fue la fecha del equinoccio de ese año).

El año se dividía en doce meses de 30 días. Los nombres de los meses fueron inventados por d’Églantine y eran los siguientes:

    Otoño

  • Vendémiaire
  • Brumaire
  • Frimaire
  • Invierno
  • Nivôse
  • Pluviôse
  • Ventôse

Primavera

  • Germinal
  • Floréal
  • Prairial

Verano

  • Messidor
  • Thermidor
  • Fructidor

12 meses de 30 días daban un total de 360 días, así que para cuadrar el calendario con el año solar, se añadían al final cinco días (o seis si el año era bisiesto) dedicados a virtudes republicanas, las sans-culottides, llamadas así en homenaje a los sans-culottes que eran el motor de la revolución jacobina:

Fête de la Vertu
Fête du Génie
Fête du Travail
Fête de l’Opinion
Fête des Récompenses

Y en años bisiestos una sexta sans-culottide, la Fête de la Révolution

Cada mes estaba dividido en tres décades, el equivalente a la semana, siendo festivo el décimo día.

Cada festivo tenía asignado algún concepto o hecho a celebrar. Así, había un día del patriotismo, un día del amor paterno, un día dedicado a los mártires de la Revolución…

Los días de la décade eran: primidi, duodi, tridi, quartidi, quintidi, sextidi, septidi, octidi, nonidi y décadi.

Las fechas se escribían en formato día mes año en números romanos, o día mes An. año en números árabes. Así por ejemplo, el día que escribo esto es el 18 Prairial CCXXV o 18 Prairial An. 225

También se podía especificar el día indicando el día de la décade y la décade. Así el 18 Prairial del ejemplo es octidi, décade 2 Prairial.

Continuando con los fines de educación del pueblo en valores republicanos y la eliminación de la influencia de la Iglesia, cada día, en lugar de un santo, estaba dedicado a una planta, excepto los días acabados en 5, dedicados a un animal, y los días dedicados en 0, dedicados a una herramienta, centrándose en el mundo rural: los productos agrícolas, sus herramientas, los animales domésticos… además de minerales útiles para la industria o la construcción. El motivo nos lo explica Fabre d’Églantine:

“Dado que el calendario es algo que hay que consultar con frecuencia, deberíamos aprovecharnos de este uso frecuente para introducir entre el pueblo nociones rurales elementales, para mostrarles las riquezas de la naturaleza, para hacerles amar los campos y para señalarles con algún sistema el orden de las influencias de los cielos y de los productos de la tierra.

El sacerdote ha asignado a cada día del año la conmemoración de un supuesto santo. Este catálogo no tiene ni utilidad ni método. Pensamos que la nación, tras haber eliminado de su calendario esta muchedumbre de los canonizados, debería encontrar en su lugar todos los objetos que componen la verdadera riqueza nacional, objetos dignos, si no de culto, al menos de su conocimiento: los productos útiles de la tierra, las herramientas que se usan para cultivarla y los animales domésticos, nuestros fieles sirvientes en estos trabajos, animales sin duda mucho más valiosos a ojos de la razón que los esqueletos beatificados sacados de las catacumbas de Roma.

Por tanto, hemos dispuesto en orden, en la columna de cada mes, los nombres de los verdaderos tesoros de la economía rural. Los granos, los árboles, las raíces, las flores, las frutas y las plantas, organizados en el calendario de tal forma que el lugar y la fecha que cada producto ocupa es exactamente el momento en el que la naturaleza nos lo ofrece.

En cada quintidi, es decir, en mitad de cada décade, el nombre de un animal doméstico con una relación precisa entre la fecha y la utilidad real del animal. Cada décadi está marcado con el nombre de alguna herramienta agrícola, la que usa el agricultor en la época en la que se ha dispuesto. Así el agricultor encontrará en el día de descanso consagrada en el calendario la herramienta que volverá a usar al día siguiente.

Creo que es un hermoso detalle que mostrará a nuestros productores que con la República ha llegado el momento en el que un granjero es más apreciado que todos los reyes de la Tierra juntos, y en el que la agricultura es considerada la primera de las artes de la sociedad civil. Es fácil ver que con este método no habrá ciudadano de Francia que desde su más tierna infancia no haya hecho sin pensar en ello un estudio elemental de la economía rural”.

Las intenciones eran excelentes, pero el caos originado es fácil de imaginar, y precisamente el más afectado era el mundo rural que tanto quería ensalzar Fabre d’Églantine. Durante siglos, las ferias y mercados de los pueblos habían seguido un rígido calendario: en abril se hacía la feria de tal producto en tal pueblo, o los martes y jueves había mercado en la plaza de tal otro pueblo…

El nuevo calendario era una reforma que decía amar el campo, pero se organizaba desde el entorno urbano de París, al que pertenecían los jacobinos, y sin pensar en las necesidades del campo. Un calendario que buscaba educar en cuestiones rurales al ciudadano de París, que miraba desde su superioridad urbana, aunque con cariño casi colonial, a los que alimentaban a la capital.

¿Os suena de algo? Efectivamente, los poscos y su desprecio a Cabralunya no es algo ni siquiera original. Sus antecesores ideológicos ya crearon el concepto.

Por si no había suficiente, también se procedió a pasar las horas al sistema decimal. Así, el día pasó a estar dividido en 10 horas de 100 minutos, cada uno con 100 segundos. Por tanto, un segundo decimal era equivalente a 0,864 segundos. Mediodía eran las 5:00.

Si el calendario ya era un problema, reformar la hora fue demasiado. La medida apenas vivió tres años a pesar de grandes esfuerzos para aplicarla y darla a conocer, con sistemas ingeniosos como este reloj que muestra a la vez la hora decimal y la convencional.

El calendario tuvo mejor suerte y consiguió sobrevivir unos cuantos años. Pero los inconvenientes causados no lograron hacerlo popular. Los católicos vieron atacada frontalmente sus costumbres y rituales, tan atados al calendario gregoriano. Los pueblos perdieron su secular organización de ferias y mercados.

Ni siquiera los obreros y artesanos urbanos de París, que eran el principal apoyo de los jacobinos, estuvieron contentos con la medida. El descanso dominical se veía sustituido por un festivo cada diez días. El asunto dio hasta para comedias satíricas, como el Combate Sangrante entre el Domingo y el Décadi.

Y el resto del mundo no podía tener tampoco mucho interés en un calendario centrado en el año agrícola francés y que requería para su cálculo de la observación del equinoccio en París, aunque en su favor hay que decir que sigue una norma mucho más lógica y natural, al comenzar el año con un evento astronómico y un cambio de estación, en lugar de una fecha arbitraria como el 1 de enero.

Tras la instauración del Directorio, Bonaparte fue poco a poco desmantelando las medidas excesivamente revolucionarias de la República Francesa. El calendario republicano sufrió primero ciertas modificaciones y fue finalmente abolido el 22 de Fructidor XIII, es decir, el 9 de septiembre de 1805. Era, por cierto, el Día de la Avellana.